Griselda Lira “La Tirana”
Ponencia en el Simposio Antropología e Historia del Uso del Metl (Maguey) y Iztac Octli (Pulque) en México. ENAH 2024.
Mi abuelo paterno Gil Lira, excoronel villista, era un hombre recio y de mal carácter, no lo conocí, pero supe por las historias de mis padres y de mis tíos que instaló un tinacal muy próspero en el pueblo de Santa María Nativitas, Hidalgo; su negocio repartía el pulque a diferentes poblaciones localizadas en el estado de Puebla y de Veracruz.
Mi abuelo materno, Agustín Díaz, era carnicero, tlachiquero, campesino, artesano tejedor de cobijas y tendero; lo conocían en el pueblo por enamorado y por ser un hombre muy generoso con la gente, alegre, fiestero y desmesuradamente bohemio. Llegó a tener mucho ganado de engorda, pero, no tuvo apego por el dinero y eso, le ocasionaba a su familia, periodos prolongados de mucha carencia económica.
Nací y pasé mis mejores vacaciones de verano en un pueblo en el que el consumo del pulque era cotidiano y jamás pensé que para el año 2006 el destino me llevara a profundizar en el tema. Como he sido enemiga de la hegemonía discursiva y de las intrigas neoliberales, rebelde y contracultural por no adherirme a la academia para que por gracia divina se me contagie el éxito y suba los peldaños del reconocimiento de manera casi mágica; decidí comenzar por cuenta propia una investigación.
No le comenté a nadie porque no quería que echaran a perder mi proyecto o que me hurtaran las ideas para posteriormente ser el blanco de las burlas de aquellos que siempre poseen el dogma y la ganancia: los académicos de la burocracia dorada que ponen a trabajar a sus estudiantes y estos nunca ven la gloria, entre otras amenazas políticas propias de la envidia de la ginecocracia que odian al falocentrismo en el que se escudan, pero lo usan a conveniencia para victimizarse sin leer las letras pequeñas de los protocolos de prevención del acoso sexual o del delito. Más aún, el racismo y la discriminación en el medio pulquero, evidente o velado, agresivo pasivo o quizás cuando al arribista elegide del gobierno ya se le acabaron las ideas.
Aunado a lo anterior, no soy antropóloga, ni historiadora, ni etnohistoriadora, ni ingeniera agrícola, ni campesina, ni mucho menos ahijada de un hacendado rubio o heredera de un apellido que aparece en las fichas bibliográficas, sin embargo, con mi pasión por el tema, me arrojé a los brazos de la aventura etnográfica pensando en Eduardo Galeano cuando señalaba que la rebeldía es un acto de amor y que culto no es aquel que lee más libros sino culto es aquel que es capaz de escuchar al otro.
Como una nadie que trabaja con la interdisciplina y con todo en su contra, además de ser divorciada y mujer; no obstante, para ejercer mi derecho, ya gozaba de una maestría en literatura comparada y además, había sido alumna y becaria de antropólogos como el Dr. Rafael Pérez Taylor, la Dra. María Herrerías Guerra, los historiadores eméritos como el Dr. Alfredo López Austin, DEP, y la Dra. Yólotl González, así como el hijo de Leonora Carrington, Gabriel Weisz y del Dr. Jorge Alcázar Bravo a quien debo el apoyo para involucrarme de lleno en la antropología y comenzar un viaje que hasta hoy continua.
México es un país racista, bien lo señala Federico Navarrete (2016) , y todos los días se discriminan a niños, jóvenes, indígenas, mujeres, adultos mayores, obreros, campesinas, vendedoras y vendedores ambulantes a causa de su aspecto físico, de su manera de vestir, de hablar, por su color de piel o porque no son parte de un grupo elite que dicta las leyes y las impone; esos seres humanos que padecen la alienación desde llamarlos pueblo, plebe globalizada y pobres, no tienen tiempo de ideologizar, deben llevar el sustento a su casa y no saben si el día de mañana lograrán subsistir.
El coto que entre elles se citan, se aplauden y se premian, es más, determinan, cuál es el mejor pulque sin saber que el mejor, no está al alcance de la mano que lucra porque es “el caserito”, el que se comparte por y con amor, el que no tiene precio.
Mi sueño era pisar las aulas de la ENAH y aquí estoy para hablar, desafortunadamente no para romantizar el trabajo que he realizado como investigadora independiente en torno al tema del pulque durante casi dieciocho años, sino para manifestar las profundas oscuridades y los días en los que no salió la luna para alumbrar el camino de mi proyecto, lo que observé y de lo que decidí alejarme por salud mental, pero también por seguridad e integridad física, no obstante, transformarlo en la directriz de una publicación que se vende en todo el mundo y cuyo nombre nace como protesta ante la perspectiva patriarcal o, matriarcal oficial, según sea el caso: El tlachiquero jacobino, antología que registré en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos con mis propios medios y sin informar a nadie del hecho. Fue una sorpresa.
“Puta la madre, puta la hija, puto el sarape que las cobija” es vox populi.
Los cautiverios de las madresposas, putas y locas que describe la genial antropóloga Marcela Lagarde (1990), son en stricto sensu, la descripción perfecta del ambiente pulquero y lo justifico a continuación: Si una mujer se presenta sola en ese espacio o se asume independiente, es porque quiere algo, de acuerdo a las mentes de quienes dominan el imperio actual del pulque, y ese algo, es hombre, es sexo, es dinero, es falo, es poder, es embriagarse para perderse y después esclavizarse en ese cautiverio patriarcal y por lo tanto, hay que sacar provecho de esa alma perdida en el síndrome de Estocolmo.
(Ya estoy caminando al pantano con el riesgo de ser etiquetada y posteriormente neutralizada) Si no quieres nada de la lista anterior y tampoco quieres sexo, de inmediato la comunidad patriarcal, a veces encarnada por las mujeres tal como lo señala Rita Segato (2013), la matriarca, la amante, la dueña, la administradora, la CEO, la privilegiada por su posición política, su tez blanca o sus contubernios con el poder fálico; te oprime, acosa, vulnera y destruye tu carrera mediante un proceso de difamación o un complot que como factoría, etiqueta seres humanos con base en su físico y en su economía. Vales lo que tienes y si no tienes, pues no vales.
La religión pulquera y la ficción turística son un dogma misógino capitalista.
Quiero compartir en este breve momento, lo que está detrás de la ficción turística del pulque o de lo que Jean Baudrillard (1981) llama el simulacro y los filósofos franceses, Deleuze y Guattari (1972) lo definen como esquizofrenia capitalista: a la realidad hay que disfrazarla, hacer creer que al vestirme de indígena soy tal pero no vivo como tal porque si lo soy, estaría tal vez en Chiapas marchando por el despojo de mis tierras, mis recursos naturales, los asesinatos de mis hijos o estaría en la Sierra ocultándome por la violación a mis derechos humanos, tal vez en una prisión purgando una condena por un delito que no cometí o tal vez, secuestrado para ser sicario y/o que otros trafiquen con mis órganos.
El pulque mágico.
De la apreciación se ha pasado a la apropiación, al pulque mágico, a los patrimonios y matrimonios con la Disneylandia pulquera; ahora solo los elegidos por el dedo del virrey del turismo pueden hablar del pulque si no, hay riesgo de ser quemada, en el caso de la mujer, como bruja o suripanta, en lugar de integrar a ese talentoso ser humano, a un proyecto o brindarle el apoyo que necesita sin empujarle estratégicamente al ostracismo porque es amenaza, porque le puede quitar el puesto a alguien que se atreve a robar las ideas y peyorizarlas pero jamás a apuntalar a la otredad independiente. Quizás porque los varones escasean y hay que pescar falo que mantenga o represente ante una sociedad que sigue siendo altamente machista.
Vine aquí a hablar de realidades y no de ficciones, a exponer verdades incómodas y a proponer observaciones objetivas, acercamientos más responsables y respetuosos hacia la diversidad, al género, a las mujeres independientes en el tema del pulque, a los que son nadie, a los invisibles, a los tlachiqueros y tlachiqueras que utilizan para documentales propagandistas y después, olvidan, a los que tienen una propuesta en torno al tema ancestral del pulque como aquél relacionado con los alabados y al respecto doy el testimonio de una mujer, adulta mayor, a la que entrevisté hace algunos años en el pueblo de San Lorenzo Sayula, Hidalgo.
Lo que al rico le aplauden al pobre se lo critican.
“Ahora todo es borrachera, dinero y pura fiesta para adorar a la marihuana, excesos y nada de rezo, todas esas cosas que traen cuando regresan de los Estados Unidos o copian de las películas. Yo recuerdo cuando estaba chiquilla y cómo mi abuelo junto con mis tíos, otros señores del pueblo cantaban los alabados cuando sacaban la semilla, había respeto, yo los escuchaba rezar desde mi cuarto porque tenía prohíbo salir.
Marco Tulio Cicerón decía que “La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre” pero a mi pesar, descubrí que aquellas opiniones vertidas por la antropóloga Jean Schensul cuando hablaba de los Llanos de Apan en 1976 siguen siendo vigentes; pobreza, miseria, prejuicio y racismo. Tengo todo en mi contra: no soy rubia, no tengo capital, no soy la esposa de ningún hacendado, la novia de ningún político, la aduladora oficial del grupo élite dedicados a la nueva religión del pulque con sus arzobispos y obispos, sus dogmas y sus sacerdotes que dictan la última palabra en torno al tema de la ficción turística del pulque, del simulacro pulquero, disfrazarse cuando se supone que es la bebida de todos los mexicanos.
El pulque es un tema que tiene infinidad de acercamientos temáticos y comparatistas, es un caleidoscopio, como lo es nuestra diversidad cultural pero no hay una verdad absoluta y mucho menos, un Torres Adalid ideológico al que se le deba solicitar anuencia para legitimarse; hay marcas, hay consorcios, hay rutas, hay economías, hay mercados e incluso corporativos.
“Nos mean y los medios oficiales nos dicen que llueve”. Galeano (2002).
El desprestigio del pulque versus la moda actual de beberlo son dicotomías sistémicas unidas por el odio y el amor, más no sincretismos; es ficción y se disfrazan quienes promueven un estatus quo de vástagos de la luna, pero también hay hijos del Sol e hijos de la Chingada, doña Malinche.
Hay clasismos, porque no es igual beber pulque en una pulquería aburguesada con un precio para marqués capitalino, que beber en una pulquería del barrio de Iztapalapa, cuna de la mexicanidad o en el tinacal de un pueblo alejado de todo contacto con las modas y las redes sociales.
Hay para todos los gustos, pero no le pongas drogas a mi octli.
Las mujeres independientes sin el apadrinamiento de un gobierno o de alguna institución que hemos permanecido en la lucha o continuamos en el medio pulquero es porque amamos al maguey, a la bebida-alimento, creemos en nuestro proyecto y hemos apelado a la consciencia de varones con sentido común que se respetan a sí mismos y que incluso, también nos acompañan, protegen en el ambiente y aplauden nuestra tenacidad.
Ciertamente, en este medio, abundan los cobardes, pero debemos cuidar a los pocos valientes.