Por: Mónica Teresa Müller

colectivos. Tenía una expresión infantil, su mirada revelaba una mezcla de ternura y tristeza. “Las reflexiones para después”, se dijo.
Los pensamientos se mezclaban. Quizá era un error desear ser feliz, quizá su destino estaba marcado por el abandono de su padre o la negrura de la infelicidad. Sabía que todo se olvida, hasta los hechos más adversos se disipan, pero para que ello suceda debe prevalecer la calma en los pensamientos, el perdón en las actitudes y la paz interior; nada estaba logrado a pesar de sus deseos.
Llegó a la parada. Se sentía fastidioso. Mientras cavilaba, sus ojos paseaban observando a las personas de la fila. La luz del Honda iluminó una silueta. Abandonó el lugar y caminó unos pasos.
–¡Hola! ¡Qué tal, Luis!- Marcos estaba eufórico, abrazó al hombre que respondió con entusiasmo y sorpresa.
— ¡Hola, Marquitos!¡ Qué bueno verte!- contestó.
—Creo que hace cerca de dos o tres años que no nos vemos- continuó el joven.
El asombro era mutuo.
— ¿Vivís cerca?- preguntó Luis.
—A cuatro cuadras – contestó Marcos, mientras clavaba su mirada en los ojos del hombre, al que admiraba desde la época de sus estudios secundarios.
—Qué gusto encontrarte, me parece mentira- palmeaba la espalda del joven y sus ojos chispeaban de alegría. Luis aparentaba mediana edad, se notaba pulcritud en la vestimenta, la figura delgada y de altura respetable.

— ¿Estás estudiando?- preguntó.
—Sí, en la UBA- Marcos sentía que le costaba hablar- antes que me olvide- escogió una tarjeta de la billetera y se la entregó – está mi número..
—Siempre tan previsor, Marcos, aquí tenés la mía.
Ambos ascendieron al colectivo. Parecía que lo casual se acercaba a lo causal. Los dos sentían que el tiempo no había pasado y que ellos eran los mismos de antes: el alumno y el Director. Fue en aquellos años en los que Marcos había querido hablar, sin poder hacerlo porque tenía miedo a la reacción de Luis.
La conversación tomó distintos giros. Ambos se habían distendido y recuperado de la emoción que les había causado el encuentro.
— ¿Todo bien, Luis?
—Sí, por suerte. Ahora voy a dictar un curso cerca de Plaza de Mayo ¿y vos, vas a la Facultad?
—Yo…-quedó mudo por unos instantes – no, voy a estudiar con unos amigos.
Marcos había girado la cabeza. Otra vez no podía hablar, pero necesitaba hacerlo, temblaba y sentía que un ahogo le dificultaba la respiración. De pronto pasó su brazo izquierdo por sobre los hombros de Luis y en un arranque, habló sin parar.
—Mi mamá fue novia de uno de tus hermanos, tío- dijo, y respiró profundo.
El comentario imprevisto resultó un latigazo para Luis. El silencio fue el interlocutor por unos instantes.
La Avenida Caseros parecía vibrar y latir como si tuviera entrañas atiborradas de sensaciones. El colectivo no era el lugar indicado para aclarar nada, pero no siempre se pueden planificar situaciones. Luis miró a Marcos con asombro sin poder articular más palabras. Recordó a la joven que lloraba en su casa natal, sentada en la cocina junto a su madre, luego todo quedó inmerso en un olvido sin que mediaran explicaciones. La orden era: “En esta casa no se habla de esa mujer”.
Luis no podía retroceder ni arrepentirse, nada había preguntado y nada le habían dicho, entonces continuó con su vida apartado de las cuestiones familiares.
La conciencia había llegado a truncar su voluntad y, en ese momento, se daba cuenta de que el remordimiento, dolía.
Ambos estaban enmudecidos, pero deseaban quitar la mordaza que los silenciaba y acercarse a la verdad.
Un día, cuando había comenzado a ejercer el cargo directivo en el colegio, Luis supo por boca de uno de sus compañeros quién era Marcos. Pasó noches pensando qué iba a hacer y no se dio cuenta que la cobardía había acaparado la respuesta. Decidió no involucrarse, y el egoísmo superó al deseo de cobijar al que aún era un niño y la excusa fue: “…qué puedo hacer si mi hermano no asume la responsabilidad”
Luis se preguntaba qué podría responderle a ese joven, que enfrentaba la realidad con el afecto dirigido hacia él.
El chirrido de la frenada de un auto a punto de chocar, recuperó a los dos pasajeros de sus pensamientos.
—Marcos, no sabía que estabas enterado.
El joven lo miró de frente, la mirada adelantaba que iba a atreverse y hablar
—Sí, lo supe desde pequeño, primero como cuento y luego porque había aprendido la historia de memoria. En la escuela, cada vez que ingresabas al aula, me mordía la lengua para no decir lo que pude hacer hoy. Siempre lo supe, pero mi madre no quería que lo dijera, era “el Secreto”. El único deseo que me reconfortó siempre y el que más me atormentaba, era decirte a vos: tío; te respeto y admiro, y aunque mi padre no esté presente en mi vida, me basta saber quién es, deseaba que vos me escucharas, no me preguntes por qué.
—Marcos…. no surgen preguntas ni respuestas.
—Sabes, Luis, una sola cosa deseo: que seas mi tío.
No les importó que en el colectivo los pasajeros viajaran apretujados y casi sin respirar, se abrazaron tan fuerte como pudieron.
No se podían ver las lágrimas de ambos, pero sí, la palidez de los rostros y el temblor de sus manos.
Luis y Marcos permanecían en quietud. No se habían dicho muchas cosas, pero sabían que nada del pasado podría transformarse, solo eran importantes los actos del presente y los de un futuro compartido.
—Tío…llamame- balbuceó Marcos.
—Te llamo mañana para encontrarnos- dijo Luis
El joven le palmeó la espalda, se incorporó del asiento y descendió en la parada.