Por: Aidée Cervantes Chapa

Cuando los médicos me dijeron que viviría con hemiplejia, y me explicaron que sólo podría mover la mitad derecha de todo mi cuerpo, pensé que esta condición no sería tan grave; hasta que me enfrenté a una cruel realidad: después del Evento Cerebral Vascular (EVC) que sufrí hace seis años y en adelante, necesitaría ayuda, hasta para poder sentarme sobre la cama, en la cual, luego de este accidente, pasaría acostada varios días sin poder moverme; lo peor sucedió cuando me enfrenté a las terapias de rehabilitación y pude percatarme que no podía hacer ejercicios muy simples, como colocarme sobre mis cuatro extremidades y gatear.

Mi amigo Sebastián Montiel, nació con parálisis cerebral y, al igual que yo, es poeta e insiste en romantizar la discapacidad, expresando que “la discapacidad es bella”; a diferencia de lo que opina mi compañero escritor, puedo testificar que ”la discapacidad es muy dolorosa”; toda la parte inmovilizada de mi cuerpo izquierdo me ha dolido desde el primer día que tuve el infarto cerebral.

Hoy 3 de diciembre, en el marco del Día Internacional de las Personas con Discapacidad, fecha establecida por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1992, como integrante de un sector vulnerable, debemos valorar sobre los avances logrados hasta el momento y los retos pendientes hacia una sociedad verdaderamente inclusiva y accesible.
Como persona discapacitada, puedo afirmar que sí he sido incluida en el sector laboral; desempeño mi profesión de comunicóloga y periodista; en los espacios públicos, me he encontrado con gente muy empática.

Dejando a un lado el dolor físico, puedo decir que me he adaptado a mi nueva forma de vida, aunque recuerdo con nostalgia que mi padre no pudo cumplir un deseo antes de morir: verme bailar una vez más.

En este día tan especial, me es grato compartir con ustedes el poema de mi colega Sebastián, titulado: “Sueño vitalicio el anhelo de las personas con discapacidad: tener autonomía y vivir sin dolor”.

Sueño vitalicio
Aquella sosegada noche
del quinto mes
del quinto año
del nuevo milenio
en el transcurso de las horas
taciturnas
El fulgor de la luna parda
alumbraba mi cuarto.
soñé que no era un paralítico:
era como escapar de mi cuerpo
sin dolencia
sin cicatrices
Sentado en un banco
comencé a tocar un piano
deslizando mis manos sobre el marfil de las teclas
pensamientos azules
danzaban
con la música y el viento
escribiendo letras que sujetaban
el rasgo de la pluma en las hojas
en su espacio caligráfico
aventuraba mis sentidos
disfrutaba de la vida
de la luz del sol y las nubes
gozaba como un saltamontes
Pero no soy ligero
estando despierto
hacía todo sin depender de nadie
al fin sentía la cohesión amorosa
entre el canto de los zorzales
desperté ansioso en el lecho de mi cuarto
con arrogancia y decepción
De las rocas ígneas de mis músculos
que se esparcían como cadenas
por el resto de mi cuerpo, como un inocente
en el presidio de las tinieblas