La muerte del exguerrillero José Mujica, quien llegó a la presidencia de Uruguay, muestra la carencia de líderes de verdad en América Latina, y no sería exagerado decir que en toda la izquierda mundial una de las principales lagunas es la falta de hombres que sepan convocar y dirigir, y al mismo tiempo convertirse en ejemplo por aplicar la congruencia entre el decir y la conducta.
Está de moda hablar de Donald Trump y sin duda, es alguien que sabe convocar, eso es innegable. También que tiene la capacidad de ser ejemplo, aunque su conducta sea rechazable para amplios segmentos sociales en todos los continentes.
Del otro lado del espectro político la nada se aparece. Sin lugar a dudas muchos dirán que Inacio Lula da Silva es un líder, pero sin rechazarlo, aún le falta convertirse en ejemplo, por más que, debe reconocerse, tenga algo de camino andado en ese sentido.
Con el paso del tiempo, es muy posible que se demuestre que la principal virtud de Pepe Mujica fue la congruencia entre sus valores de sencillez y su conducta en que aplicaba tal valor.
No por menos fue un líder moral para toda América Latina, que ve como sus guías en sus conductas personales no siguen lo que postulan en sus idearios, y aunque su filiación política le atrajo todo tipo de cuestionamientos, estos no erosionaron su respetable imagen.
El octogenario que murió casi a los noventa años de edad, fue miembro de la guerrilla urbana Tupamaros que actuó en Uruguay a fines de los años 60, y que de acuerdo a un análisis de Carlos Demasi para la revista Atlante, se diferenció de otras de esa época latinoamericana en su actuación urbana más que rural, y en realizar actividades de reparto inmediato de la riqueza tomada, elementos que cimentaron su popularidad.
Ese fue el contexto inicial de la lucha guerrillera de Mujica, una época donde la violencia armada fue la única herramienta para crear cauces de participación democrática, violencia que no llegó al movimiento revolucionario que muchos deseaban y otros temían, pero que sirvió para instalar regímenes más abiertos en la región latinoamericana.
En ese contexto la acción tupamara dejó poco a apoco su cara romántica de repartir lo arrebatado para asumir formas más violentas, donde Mujica fue protagonista, lo que incluyó que fuera herido de manera seria y encarcelado, pero también fugas que bien podrían convertirse en guiones cinematográficos.
Pero la acción tupamara y dentro de ella la de Mújica, sería inentendible si no se recuerda que en esa etapa guerrillera la contraparte en Uruguay era un gobierno autoritario que surgió de un golpe de Estado en 1973 y persistió hasta 1985. Tal gobierno disolvió el Parlamento, prohibió los partidos políticos, sindicatos y medios de prensa independientes. Además, como es usual en ese tipo de gobiernos, tomó en sus manos la educación y aplicó una política de desaparición de opositores, más la de opositores violentos como los miembros de la guerrilla.
El regreso de Uruguay a la vida con instituciones democráticas significó para Mujica el abrazo a la tarea de la política tras su liberación bajo la forma de amnistía, un abrazo que no concluyó hasta su muerte. Como diputado, senador y ministro de rasiGanadeería y Agricultura, militó en el Frente Amplio que lo postuló victoriosamente para presidente en 2009, en una ola de triunfos para la izquierda que incluyó a Lula en Brasil y a Hugo Chávez en Venezuela.
¿Como explicar el ascendiente moral de Mujica? Ayuda pero no es suficiente que su país haya crecido al 5.4 por ciento anual en promedio en su mandato, o que redujera la pobreza y llevara el desempleo a niveles mínimos.
Más bien fue su conducta sencilla alejada de la escenografía del dinero que envuelve al poder, y su crítica a la sociedad consumista que ve en ese tipo de política una forma obligada de ser.
Y desde luego, dio pasos de vanguardia al despenalizar el aborto, reconocer el matrimonio homosexual y hacer que el Estado uruguayo regule la marihuana, una decisión esta última que no busca enemigos ni causas, sino reconoce realidades, y que debería de ser acuciosamente estudiada para adaptarla a otros contextos.
Con Pepe Mujica el mundo pierde a dos figuras que de distinta manera conceptualizaron y lucharon contra pobreza, que como diría el exmandatario en referencia a la realidad, es terca y ahí sigue, y todo hace suponer, seguirá.
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