Los sismos de los pasados días 7, 19 y 23 del mes en curso, en especial el más impactante de ellos, el del 19 de septiembre, volcó a los mexicanos en ayuda a los compatriotas damnificados, inundando los centros de acopio con víveres, medicamentos, artículos de aseo personal y enseres. Sin embargo, pocos días después, ya surgen dudas sobre el manejo correcto, transparente, de esta ayuda.
El 19 de septiembre, pocas horas después del terremoto, ya funcionaban en la Ciudad de México albergues con colchonetas, abundantes alimentos y lo necesario para quienes se quedaron sin casa o que vivían en edificios que ahora presentaban cuarteaduras.
Albergues y alimentación que ese día, al siguiente y al siguiente… nadie aprovechó.
Se hizo evidente que, pese a la destrucción de más de dos mil inmuebles en la capital del país, ahí sobraban alimentos, materiales de curación, cobertores y, en los dos últimos días, hasta rescatistas y equipo como palas, picos y carretillas.
Pero mientras, se conocía del hambre, falta de recursos médicos y desesperación en poblados como Jojutla, en Morelos, o Toximilco, en Puebla, en donde la ayuda no parecía llegar. Y lo más contrastante… de camiones y trailers cargados de ayuda procedentes de Jalisco, Zacatecas, San Luis Potosí, Nuevo León, etcétera.. que no sabían con certeza a dónde dirigirse, a quién entregarla.
Las redes sociales sirvieron pero también contribuyeron a la desorientación, en este marasmo de buenas intenciones, precisando aquellos sitios en Morelos, Puebla, Guerrero, Oaxacas y Chiapas, que ya sea por los sismos o por el huracán reciente, pero seguían requiriendo del apoyo.
Nos enteramos así de un tráiler procedente de Guadalajara que tenía como destino Toximilco, pero que ante la falta de una organización adecuada para bajar los productos, almacenarlos y distribuirlos, preguntaba a dónde más poder dirigirse.
La respuesta inmediata a las aparatosas consecuencias del sismo en la Ciudad de México, en donde apenas horas después ya llegaban particulares cargados con cazuelas con comida, con botellones de agua, a los sitios devastados, todo ello informado a través de las televisoras, contrastaba con los reportes, a través del whatsapp o las redes sociales, de pequeños poblados pidiendo ayuda.
A ello vino a sumarse, como era esperado, que surgieran denuncias sobre el mal uso y desvío de la ayuda, por entes gubernamentales y políticas, además de algunos particulares vivales.
Todo ello viene a evidenciar que pese a la profunda solidaridad, amor al prójimo, que tenemos los mexicanos ante estas desgracias –una solidaridad que asombra al mundo, por cierto-, no contamos sin embargo con un plan de trabajo, con una red ciudadana constituida por poblados, municipios y estados, para saber cómo reportar, solicitar, recibir, recabar y hacer llegar ayuda en caso necesario.
“Lo más natural es que todo estuviese coordinado por el gobierno… pero en el gobierno no se confía”, señalaba, desesperada por ayudar, Sandyael, una “mexicana en Japón”, que preguntaba a quién enviar la ayuda, en efectivo, que recaudó en ese país.
Es cierto lo señalado al respecto por el gobernador hidalguense, Omar Fayad, en el sentido de que no todo se limita una alarma antisísmica; anunció además una campaña de concientización ciudadana para que las familias sepan cómo actuar en casos de siniestros naturales.
Pero hay que saber más allá de lo familiar; ojalá y se emprendiera una campaña de organización a nivel nacional para saber qué hacer con exactitud en sismos, inundaciones, deslaves, huracanes, etcétera tanto en lo que se refiere a salvaguardar la seguridad propia como a participar en labores de rescate, en captación y distribución de ayuda por sectores: de albergues, hospitalario, de alimentación y cobijo, de reconstrucción.
Una organización ciudadana para que la desconfianza, las dudas y la desinformación no echen por la borda esa solidaridad que tanto nos distingue.