Se señalaba en esta columna hace pocas semanas (“La ciencia de modificar la opinión pública”, 9/11/2017) que hay una ciencia para manipular la opinión pública y que se aplica tanto en países denominados democráticos como en regímenes autoritarios. Esta forma de engañar para conseguir consenso se usa especialmente en tiempos de guerra.
Un ejemplo claro de esta manipulación es la Guerra de las Malvinas. Desde 1976 los militares se habían apoderado del poder en Argentina e instalado un régimen de terror. Fueron presidentes sucesivamente los generales: Videla, Viola y Galtieri. Este último era el presidente en el año 1982.
El liberalismo económico impuesto a sangre y fuego provocó una situación económica catastrófica, y el peso de la crisis recayó sobre los trabajadores, seis años de dictadura habían disminuido bruscamente su poder adquisitivo y empeorado las condiciones laborales. Venciendo el miedo, un sector de los trabajadores lanzó una huelga general, el 30 de Marzo de 1982 bajo la consigna: “Pan, paz y trabajo”.
La huelga tuvo repercusión y durante horas el centro de la capital fue un campo de batalla entre manifestantes, brutalmente reprimidos, y la policía. Nunca se sabrá la cifra exacta pero alrededor de tres mil fueron detenidos. Era el comienzo del fin de la dictadura, pero entonces todo cambió.
Tres días después, las fuerzas armadas argentinas ocuparon las Islas Malvinas, ubicadas sobre la plataforma continental argentina, colonizadas por el Imperio Británico durante 150 años. La noticia electrizó al país y una ola de patriotismo se desató, alentada desde los medios de comunicación de la dictadura.
El día sábado 10 de abril una multitud abarrotó la Plaza de Mayo, en apoyo a la ocupación de las Malvinas. Aún con disidencias, la concentración fue un aval popular a la acción de la dictadura. Casi nadie se acordó entonces de los detenidos del 30 de Marzo ni de los miles de muertos y desaparecidos. La manipulación había triunfado.
Durante la breve y sangrienta guerra nunca se dijo la verdad al pueblo, que hasta poco antes de la rendición de las fuerzas argentinas, estaba convencido por los medios de comunicación que “se estaba ganando la guerra”. Y la manipulación continuó cuando el gobierno de Carlos Menen firmó verdaderos acuerdos de capitulación con Gran Bretaña en 1989 y 1990.
Fueron presentados al pueblo como ventajosos, pero permitieron, entre otras cosas, el control por Gran Bretaña de todos los movimientos de las fuerzas armadas argentinas en el sur del país. Hoy un íntimo amigo del presidente Mauricio Macri, el multimillonario británico Joe Lewis, posee un aeropuerto en la Patagonia desde el cual, según se ha denunciado durante años, se hacen vuelos a las Islas Malvinas.
Ningún radar controla el origen y destino de los vuelos y ninguna aduana revisa a quienes embarcan o desembarcan ni lo que se transporta: es territorio británico. Hoy pocos en Argentina levantan la voz sobre este tema. ¿Dónde quedó el fervor patriótico? Ahogado por la manipulación que alguna vez sirvió para alentarlo.