La lectura de todo pergamino es difícil. En la biblioteca de Alejandría hubo uno que pasó desapercibido durante siglos, a pesar de que contenía entre sus signos lo que parecía ser la lengua del absoluto. En este pedazo de tela estaba inscrito un código para la asimilación lógica del mundo. ¿Dónde lo trascendente sino es aquí y ahora? ¿Padecemos ceguera o indiferencia? Quizás sea más fácil hacer ver al discapacitado que al desinteresado. Toda sociedad es parasitaria, pero el individuo, tiene posibilidades de salvarse a través de la vía de la educación. Esto es lo que aquel pergamino antiguo dice.

Dichas enseñanzas estaban escritas en griego clásico, en un principio, y en árabe, después, y como si esto no fuera suficiente las acompañaban innumerables figuras poliédricas así como algunas cifras que daban cuenta de sus medidas y proporciones. El pergamino pasó oculto por las tinieblas del tiempo más de mil años hasta que en el siglo doce, en Inglaterra, un religioso lo encontró y decidió traducirlo al latín; el pergamino llevaba por título “Elementos” y su autor era un tal Euclides. Fue en la fría penumbra de la celda de un monasterio donde el científico helénico resurgió para el pensamiento occidental, pues, en Oriente no había desaparecido nunca. El cristianismo tiene mucho de qué arrepentirse.

Euclides fue un matemático griego del siglo III a. C. que renovó los estudios de geometría con su obra “Elementos”. La geometría es la medida de la tierra, o mejor dicho, de los cuerpos en el espacio. “Elementos” parte de las definiciones de lo más básico para explicar al mundo en todas sus complejidades, además la obra euclidiana ofrece ejercicios a fin de que su teoría sea asimilada en su totalidad. Sin embargo, además del conocimiento científico que este texto helénico nos ofrece, es posible inferir enseñanzas filosóficas de cada una de las definiciones, principalmente, las del primer trío.

«1. Un punto es lo que no tiene partes» y sin embargo está en todos sitios. El punto es origen y finalidad. Es indivisible y está en la cabeza al mismo tiempo que en el pie. Constituye a los árboles, a los animales y a las cosas. El punto gira y se revoluciona por el cosmos, baila sobre sí mismo y se destruye, pero nunca desaparece. Del punto original surgen las muchas copias que también son la misma causa primera. El punto está al mismo tiempo que es vacío.

«2. Una línea es una longitud sin anchura» como el horizonte que al levantar la mirada aparece frente a nosotros y nos sume en un profundo estado de admiración y de terror. La línea avanza, se dobla, forma un ángulo y luego se curva, aquí aparece el círculo, es el ojo que desde su punto interior se enlaza con el resto de sus infinitas creaciones. El universo parece organizarse a partir del punto que se convierte en línea: punto alargado que divide al día de la noche, lo de arriba con lo de abajo, a los justos y pecadores.

«3. Los extremos de una línea son puntos», son hombres y mujeres, geómetras imperfectos y herederos del más arcaico comienzo. Los extremos se alejan y en algún punto se tocan, se enamoran, se besan y la vida nace con la estrella de tres puntas o el cuadrángulo perfecto. La armonía es un goce que palpita en el punto fecundo de nuestros pechos. Extremos amantes que pasan de lo lineal a lo tridimensional y en un salto al vacío regresan a lo unívoco, lo primordial, lo esencial.

Dios, mundo, hombre; punto, línea, figura. La ciencia euclidiana es analogía de la figura que se materializa a partir de aquello que nunca ha sido tangible; el elemento, el ser.

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