¿Por qué la aprobación del Presidente de la República supera aún el 50% cuando los resultados derivados de los dos primeros años de gobierno han sido desastrosos para millones de mexicanos?
El señor López ha sabido capitalizar muy bien sus atributos personales, que son los indicadores que lo mantienen en pie, en contra de la incapacidad para gobernar y resolver problemas, resultado en el que aparece totalmente reprobado. Según los datos de firmas especializadas como Mitofski o El Financiero, los tres primeros atributos personales que encabezan las encuestas son: cercanía con la gente, preocupación por los pobres y honradez.
En primer lugar, la ciudadanía acepta gratamente a un presidente que se encuentra cercano a la gente. Atrás quedaron estas figuras intocables e inalcanzables, los presidentes encumbrados en una figura poética, emblemática, a los que sólo se veían de lejos en Palacio Nacional o en imágenes de prensa cargadas de todo tipo de emociones. Hoy López, si bien es cierto, comenzó su mandato sintiendo la protección de la gente como máximo escudo, movilizándose por todo el país en su famoso Jetta, regalando besos, abrazos y selfies a todo aquel que lo pidiera, incluso, poniendo en “jaque” al Estado Mayor Presidencial y a sus fuerzas de seguridad por la enorme confianza que transmitía y la necedad, típica de su personalidad al insistir prescindir de ellas, lo cierto es que la visión por mantenerse cercano al pueblo de México ha variado en la forma, pero no en el fondo, ya lo decía Cicerón: “El gobernante de un pueblo no hallará medio más fácil para conquistar su simpatía que una vida austera y morigerada”. Hoy López se siente menos seguro, la gente le reclama, le exige, lo cuestiona y hasta un par de mentadas de menta se ha llevado de quienes han coincidido con él en algún vuelo comercial, pero esto no lo ha hecho flaquear en su insistencia por mantenerse cercano a la gente. Es tan astuto que huele a la perfección el fanatismo que sembró durante los años previos a su gobierno y sabe que para cualquier mexicano encontrarlo comiendo en una fonda causará revuelo. Necesita hacerse presente, se hace presente y está presente.
En segundo lugar, ha mantenido a las clases marginadas siempre en un lugar preponderante. Los habitantes de este país no dejamos de escuchar “primero los pobres”. López no ha quitado el dedo del renglón y nos los recuerda todos los días. Para millones a los que nos duele y preocupa la situación de pobreza en la que viven millones de mexicanos, saber que merecen una atención seria y un tratamiento focalizado para romper la viciada condición en que se les tiene atrapados amerita un voto de confianza y alimenta la esperanza de verlos convertidos en una clase educada y trabajadora que coadyuve y participe en el bienestar del país es su conjunto.
El tercer atributo es la honradez. Al señor López (no a su hermano, no a los miembros de su gabinete) aún no se le ha podido demostrar un sólo hecho corrupto, su figura está llena de suposiciones y elucubraciones pero nada se le ha evidenciado, esto nos lleva a inferir de su conducta dos cosas: O realmente es una persona impoluta, rebosante en valores y convencida por erradicar la corrupción cultural, de la que hablaba Peña Nieto, supuesto con el que su figura se elevaría a rango de redentor, o no lo es, y para llegar a la cima del poder mexicano tuvo que afianzarse del sistema plagado de intrigas, traiciones, negociaciones y favores que se cobran siempre en el empedrado camino político, lo que daría cuenta entonces de su vasta inteligencia y experiencia política para haber transitado por él presumiendo sus doscientos pesos en la cartera. Parece que es honrado, al menos en términos estrictamente personales y económicos, eso la gente lo aplaude y lo valora.
En contraste, en gobernabilidad aparece totalmente reprobado en todos los rubros, tales como: disminuir la corrupción, fortalecer la democracia, atender la emergencia del COVID-19, respeto a la ley, creación de empleos, etc., se nota que araña al menos el 40%. George Bulwer-Lytton tuvo mucha razón cuando escribió: “El prudente puede dirigir un estado, pero es el entusiasta el que lo regenera o lo arruina”. Nadie ha puesto en duda las buenas intenciones y el entusiasmo del presidente, pero una nación tan compleja y maravillosa como la nuestra necesita, ante los resultados, otro tipo de liderazgo.