*Por: Mtra. Rosalva Moreno Rodríguez
En todas las culturas, el concepto de la vida, no se entiende sin su contario, la muerte. Hay regiones de vida y regiones de muerte, el inframundo es un término que hace referencia al lugar donde van las almas de los muertos. Que tiene nueve niveles y cuatro lugares.
Para los nahuas, la muerte es el camino que lleva al hombre a un destino sin escapatoria, como en casi todas las religiones, la muerte representa la trascendencia para el ser humano. Distinta al catolicismo donde el destino del muerto se determina por un aspecto moral, (si ha sido “bueno” va al cielo, si no ha seguido los preceptos y se ha comportado “mal”, va al infierno), lo que marcaba el destino del hombre mexica era la manera en que moría.
Fray Bernardino de Sahagún, narra que de acuerdo a lo que sus informantes indígenas le dieron a conocer existen cuatro lugares. En el primero los guerreros muertos en combate o capturados para el sacrificio, pueden acompañar al sol desde su salida hasta el medio día, portando escudos y dando gritos, como cuando estaban vivos y entraban al combate.
Estos difuntos eran incinerados y después de cuatro años se convertían en colibríes. A las mujeres que morían en el momento de dar a luz se les consideraba Cihuateteo o “mujeres diosas”, ya que el parto era considerado una batalla, por lo que el morir de esta manera, era como haber muerto en combate. Estas mujeres acompañarán al sol desde el mediodía hasta el atardecer, por donde se oculta el sol en el poniente, considerado como el rumbo femenino del universo.
Entonces los guerreros y mujeres muertas durante el parto eran los únicos que gozaban este paso trascendente que no tiene equivalente en el destino de los demás difuntos y sus causales al morir.
El Tlalocan era un lugar verde y alegre que estaba reservado para los elegidos por el dios Tláloc, dios de la lluvia, ahí iban los ahogados, leprosos, hidrópticos o los que habían sido fulminados por un rayo, ahí siempre había verano y alegría, se les enterraba colocando semillas de bledo en las quijadas y color azul en la frente, adornándolos con papeles.
El tercer lugar era llamado Mictlán, ahí iban todos los que morían de cualquier otra enfermedad, o no habían sido escogidos por algún dios para tener una muerte especial. Al morir se le dedicaban al difunto unas palabras que indicaban que todo acababa, se le ponía en posición fetal, envuelto en mantas y papel, ya preparado el bulto mortuorio se le derramaba agua encima diciéndole los lugares por los que debía atravesar para llegar al Mictlán, y entonces ser devorado por Tlaltecuhtli, señor/ señora de la tierra, en el códice Vaticano se dice que la esencia debía atravesar un río; cruzar en medio de dos cerros o montañas; pasar el cerro de obsidiana; el lugar donde tremolan las banderas; el lugar donde se flecha a la gente ;el sitio donde se devoran los corazones ;el lugar de la obsidiana de los muertos; el lugar sin orifico para el humo. Es entonces el Mictlán una matriz que recibía y contenía a los muertos, así el difunto debía atravesar todos los peligros para llegar ahí.
El cuarto lugar del inframundo era al que iban los niños muertos, el Xochatlapan o Chichicuauhco, donde un árbol los amamantaría mientras se le asignaba su regreso a la tierra. Mictlantecuhtli, señor del lugar de los muertos era acompañado por Mictecacíhuatl, su consorte, ahí reinaban y presidían, eran la pareja más importante de las regiones del inframundo y habitaban la más profunda de ellas, de ahí el nombre Mictlán.
Mictlantecuhtli es representado innumerables veces como un personaje con vida, semidescarnado, que muestra los atributos que lo hacen terrible: rostro fiero, manos y pies con garras y el cabello grueso y encrespado, el hígado está expuesto y cuelga. Sus animales asociados son el murciélago, la araña y el búho.
Los mexicas creían que el ser humano estaba integrado por tres entidades anímicas: el teyolía, residiendo en el corazón, el tonalli asentado en la cabeza y el Ihiyótl, estaba en el hígado. Este dios tenía el hígado expuesto ya que representaba el vigor, las bajas pasiones y sobre todo porque podía ser utilizado para causar daño a voluntad.
Al morir el ihíyotl y el tonalli se dispersaban en la tierra, y el teyolía iría a morar en uno de los cuatro destinados citados anteriormente.
No se entiende el mundo mesoamericano sin la dualidad vida-muerte, femenino-masculino, guerreros solares y cihuateteo o “mujeres diosas”, sin Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl señores de la muerte. La dualidad de la vida, que nos construye y fundamenta.
La autora del texto es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla
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