Por: Mtro. J. Octavio Dettmer García

La posverdad es un fenómeno nos permite entender como lo político y lo mediático son parte de una misma dinámica y realidad social que satura la comunicación pública, tanto en los medios tradicionales como digitales, haciendo evidente las estrategias transmedia que buscan la interacción de sus públicos objetivo, mediante una narrativa específica que vincule emocional o lúdicamente a la audiencia, para hacer que participe activamente en los recursos digitales diseñados para tales efectos.

La estrategia política de la posverdad consiste en que la persona pública u organización, imponga un discurso falso como verdadero en medios de comunicación afines o pagados con el objetivo de reforzar el autoengaño; adherir a otros a su proyecto político o idea mediática; crear temor sobre las propuestas de sus adversarios. Pretende siempre jugar con la carta emocional, moral o de la indignación para así, sustituir o eliminar las ideas y los argumentos por sentimientos.

Quién ejecuta una estrategia en medios, intenta convertirse en el portavoz de la única verdad, elimina la posibilidad de una oportunidad para la antítesis y prepara un terreno fértil para el ambiente maniqueo como estrategia de radicalización de las ideas.

Los motivos de una estrategia de comunicación de posverdad pueden ser diversos, desde un resentimiento; una postura social, política o ideológica; por temor a un cambio de paradigma; por intereses afectados; por ego e inclusive por ser víctima de los mismos medios que desean imponer otra realidad y que el individuo en cuestión acepta por convicción o comodidad convirtiéndolo así, en un amplificador de lo que a ambos (medio e individuo), prefieren o les conviene imponer como realidad paralela.

Otra característica fundamental de esta práctica o artilugio llamado posverdad en medios, es que la información es moldeada a lo que el individuo quiere reafirmar mediante regular o calibrar a conveniencia, tres factores de manera simultánea:  la verdad, con la realidad y la interpretación.

Quien intenta mover los hilos de la verdad es totalmente consciente de su engaño; seguramente también es consciente de que su público sabe y conoce la maniobra que intenta. Curiosamente gran parte de ese mismo público objetivo no le interesa la verdad, le interesa reafirmar sus convicciones, filias y fobias para mantenerse en un estado de confort intelectual.

El problema con la comodidad de no analizar por cuenta propia los acontecimientos sociales, económico y políticos de nuestro entorno, conlleva un alto riesgo al permitirle a nuestra mente, que alguien más nos lo interprete. Por lo general la actividad del pensar la subrogamos a los medios de comunicación y las figuras públicas que están a nuestro alcance o de quienes sentimos simpatías por compartir la misma postura, sin investigar los intereses velados.

Si los ofertantes de la información fueran inmaculados y estuvieran en la senda de la búsqueda de la verdad como generalmente pregonan, empezarían por problematizar y no recurrirían a la justificación o indignación de los acontecimientos. La indignación a una idea es un recurso emocional, es la calificación a priori de la misma. Cuando surge como elemento discursivo, no hay más que analizar, contraargumentar o debatir, la idea es ya, cosa juzgada.

Por parte de los que emiten la comunicación queda de manifiesto la arrogancia de querer imponer una postura de ideas y se necesita un alto nivel de autoestima para tratar de lograrlo sin argumentos lógicos, fuentes primarias o datos verificables.

Problematizar y utilizar la lógica para la argumentación es un asunto técnico, alejado de las ideologías y de las emociones, se trata de separar los hechos de la suposiciones y juicios, para ello se recurre a una serie de técnicas muy sencillas como: el uso articulado de proposiciones, silogismos o de manera dialéctica y evitando cualquier tipo de falacia argumentativa.

Vivimos una nueva etapa de comunicación en las redes sociales y en las plataformas digitales, la era de los memes, videos, “likes”, frases y dichos populares como sustitutos argumentativos de la retórica que anime al diálogo en la búsqueda de la verdad; en su lugar hemos incluido sofismas posmodernos que en tiempos electorales convienen a sus emisores, pero enturbian la comunicación y precarizan el ambiente para el intercambio dialectico de las ideas. Sin duda un reto que cada lector deberá resolver por cuenta y recursos propios.

El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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