HEDONISMO Y CULTURA
Perla Gómez Gallardo[1]
La autonomía entendida como esa facultad que tenemos los seres humanos para dictarnos nuestras propias normas. En el aspecto ético el que en el fuero interno y acorde a los principios y valores que identificamos o hacemos propios nos fijemos una serie de reglas de conducta que nos hacen tener la “conciencia” tranquila hace que en la temporalidad de nuestra existencia se le dote de sentido a esa permanencia.
Se presume la autonomía cuando ya existe una madurez que permite obrar con criterio propio y de manera independiente a la voluntad de otras personas. Lo anterior descarta la autonomía plena a menores de edad que están en una etapa de desarrollo y de formación (física y mental) en donde la fortalece que le dé su entorno familiar (o ausencia de apoyo) puede determinar la forma en que asuma sus decisiones futuras. En el caso de la infancia se presenta una subordinación en el ejercicio de la patria potestad de las personas que tienen a su cuidado, principalmente por la filiación, a las niñas y niños que incluso deben someterse a las decisiones para su pleno desarrollo de sus ascendientes.
La autonomía en las instituciones es una de las principales fortalezas con las que cuentan y les permite, en atención a su naturaleza jurídica, objetivo y fines, determinar la ruta de acción, normatividad interna, manejo de la asignación de sus presupuestos y sobre todo la toma de decisiones que esté exenta de la intervención indebida de otras instancias que pueden trastocar la eficacia de sus decisiones. La autonomía se actúa y ejerce con responsabilidad y se defiende en función de los resultados que arroja su vigencia.
Justo la consecuencia de la autonomía en donde, como regla de vida y no solo del derecho: “a cada derecho hay una obligación y a cada obligación hay un derecho” como esa corresponsabilidad que armoniza los derechos y las obligaciones, de ahí el temor personal de la autonomía que en etapas tempranas de la vida se añora y que cuando se adquiere puede llegar a padecerse, al asumir las consecuencias de los actos.
Dictarnos los preceptos que marcan el sentido de nuestra vida, es un proceso de ensimismamiento que no necesariamente se asume de manera consiente. Lo anterior, se quiera o no, tendrá consecuencias, aunque no se quieran asumir o se trate de evadir el tomar las decisiones que corresponden en función del entorno personal, familiar y social.
La esencia de la conjunción en la sociedad y el ceder ciertos aspectos de la libertad para lograr la convivencia pacífica, hace que una de las exigencias para ceder sea el ganar un espacio de seguridad en donde las personas puedan desarrollar plenamente su personalidad. Lo anterior, con las tensiones entre el ejercicio de las libertades y la tentación perenne del Estado para intervenir en aspectos de las vidas de las personas que lo conforman.
Como se aprecia, la autonomía es una facultad compleja que en su ejercicio pleno dignifica el trayecto de vida en la que las decisiones se toman y se asumen las consecuencias de los actos, se valida, se corrigen y se aprende, en una mejora constante en donde, más que lugar común, es evidencia de que lo importante en el ejercicio de esta facultad es el recorrido y no propiamente solamente una meta determinada o los fines que muchas veces no se concretizan.
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[1] Profesora Investigadora Titular C de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Cuajimalpa. Catedrática de Licenciatura y Posgrado en la Facultad de Derecho UNAM.