A unos cuantos pasos del Paseo de la Reforma, en Ciudad de México, separado por escasos metros del Museo de Arte Moderno y el Museo Nacional de Antropología (ambos de Pedro Ramírez Vázquez e inaugurados en 1964), se encuentra un museo más, uno que destaca igualmente por su arquitectura y que lleva por nombre el de uno de los artistas más influyentes del siglo XX.
Rufino Tamayo (Oaxaca, 1899) fue un pintor que desde joven alcanzó el reconocimiento nacional e internacional por su trabajo. Aunque abandonó sus estudios en la Academia de San Carlos, el ejercitar constantemente su pasión abonó a que poco después expusiera en las galerías y museos más importantes del mundo.
Su portafolio artístico incluye litografías, mixografía (técnica de su autoría que consiste en textura y relieve), pintura y vitrales. Parte de su vida residió en Nueva York y París, ciudades donde su obra fue apreciada entre el medio artístico, cosa que en México fue más complicado, pues mientras que artistas contemporáneos como Diego Rivera o David Alfaro Siqueiros retrataban ideologías políticas, Tamayo apostaba por el carácter sensible y emocional de la cotidianidad.
La muerte del oaxaqueño llegó hace 34 años, un 24 de junio de 1991, el mero día de San Juan, pudiendo inaugurar diez años antes de esta fecha el que es uno de los recintos artísticos más emblemáticos de nuestro país. El Museo Tamayo Arte Contemporáneo se desplanta donde anteriormente se encontraba el Club de Golf Azteca, en el Bosque de Chapultepec, y fue el mismo Tamayo quien convocó a los arquitectos Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky para ejecutar el diseño del sitio que albergaría la donación de obras que hizo junto a su esposa Olga Flores, con quien estuvo casado más de 60 años.
Arrancando su construcción en 1979, los arquitectos buscaron reinterpretar la arquitectura prehispánica, un museo que absorbiera la cantidad de luz natural necesaria para el manejo idóneo de sus salas. El edificio de concreto aparente incluye en su materialidad mármol triturado, dejando como resultado una estética áspera pero brillosa, una arquitectura que se apoya de la vegetación que la rodea y de los rayos del sol que la penetran para realzar su carácter y presencia.
Ahora bien, éste no es el único museo con su nombre, pues en 1974, en su natal Oaxaca, se inauguró el Museo de Arte Prehispánico de México Rufino Tamayo, el cual toma lugar en un edificio de la época virreinal donado por el gobierno y mandado a restaurar por el propio Tamayo.
Ante la falta de una sala permanente sobre su obra en el museo que lleva su nombre en la Ciudad de México, la sobrina de Tamayo, María Elena Bermúdez, comenta que la dificultad de esto consiste en que el quehacer artístico de su tío está por todo el mundo, y aunque mucha de su obra se encuentran en lugares públicos como en el Palacio de Bellas Artes, el Conservatorio Nacional de Música en México y la sede de la UNESCO en París, muchas de sus creaciones forman parte de colecciones privadas, que, de vez en vez, se exponen en destacadas galerías y museos.
En 2011 el Museo Tamayo de la Ciudad de México cerró durante un año para su remodelación y ampliación, misma que estuvo a cargo del propio González de León. Hoy este museo tiene la responsabilidad de acercar piezas artísticas al público en general, de ser un espacio que exponga nuevos talentos, tal y como los sitios que hicieron que un joven Tamayo expusiera, se popularizara, y que, con los años, pudiera inaugurar uno de los museos más importantes del país con su nombre.
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