Para quienes gusten de la historia, la política o los temas sociológicos, eso de “elecciones en América” debe darles para muchas interpretaciones y referencias. Quizá la primera, tanto en importancia como en términos cronológicos, es lo relevante que resultó para la historia de quienes habitamos este planeta la consumación de la independencia de los Estados Unidos en 1776 pues, más allá de la ola libertadora que generó en el resto del continente, el sistema democrático, liberal y presidencialista por el que se decantaron los “padres fundadores” de aquel país terminó por convertirse en un hito y referencia de los sistemas políticos del resto del mundo.
La importancia de la versión presidencialista de la democracia que inauguraron nuestros vecinos del norte, fue determinante para el establecimiento de los gobiernos independientes de toda América Latina, incluido México; sin embargo, quizá de mayor importancia fue el dialogo entre los demócratas de ambos lados del Atlántico -Alexis de Tocqueville el más representativo-, pues moldeó tanto las democracias europeas (mayoritariamente parlamentarias) como a las latinoamericanas (que, en pleno Siglo XXI, no terminamos de consolidar) y a los propios Estados Unidos (paradojas de la vida, en la actualidad se pone en entredicho si, a raíz de las presidencias de Donald Trump, los EE.UU. deben seguir siendo identificados como “democracia”).
En ese sentido, no es tema menor que una voz reconocida y autorizada, como la de The Economist Group, quienes en la edición 2017 de su “Democracy Index” haya degradado, por primera vez en la historia, a los Estados Unidos de la categoría de “democracia plena” a la de “democracia fallida” en el que, hasta la edición 2024, se mantiene (y, “como el que se ríe, se aguanta”, hay que señalar que, en esa misma edición 2024, México no alcanza, ni siquiera, el estatus de “democracia fallida” y se nos califica como “régimen mixto”[1]).
Sin embargo, y pese a no pasar por sus mejores momentos, la promesa fundamental de la Democracia, en el sentido de permitir cambiar a un determinado gobierno o régimen con nuestro voto y de manera pacífica, para resistir. Nuevamente de manera ilustrativa, en las elecciones de este año el proyecto político del bully global por antonomasia, el Presidente Trump, pese a la fuerza que le da ocupar la Oficina Oval, la aceptación fanática de sus bases de votantes y una enorme popularidad, en las elecciones de este mes el Partido Demócrata volvió de entre los muertos y ganó, entre otros cargos, las gubernaturas de Virginia, Nueva Jersey, California y Pensilvania además de que, en una cuestión que raya en lo icónico, la Alcaldía de Nueva York la ganó el demócrata Zohran Mamdani, quien es descendiente de inmigrantes, apoya las causas progresistas y se define a sí mismo como socialista (lo que quiera que eso signifique en los Estados Unidos) y ganó con casi el 50% de los votos.
¿Esto significa el fin de Donald Trump y su movimiento MAGA? ¡En lo absoluto! Hay que recordar que, por su naturaleza, la democracia es incertidumbre y, si las garantías mínimas de una democracia funcionan, nadie puede decirse ganadora o ganador antes de que el electorado emita su voto. Así como los republicanos parecían ir en “caballo de hacienda” para esta elección y los demócratas les pintaron la cara, en México la los partidos políticos de oposición parecía estar reposicionándose después de las elecciones legislativas de 2021 y en las de 2024 no sintieron lo duro sino lo tupido.
Habiendo vivido el México la antítesis de la incertidumbre electoral propia de la democracia, cuando en la elección de 1976 el único candidato para ocupar la Presidencia fue José López Portillos del PRI, respaldado en coalición por el PPS y el PARM -ganó con el 91.9% de los votos-, celebremos la diversidad de puntos de vista, la pluralidad política y a la sociedad participativa, porque nos alejan de las certezas que tanto extrañan las y los nostálgicos de aquellos excesos.
[1] https://www.eiu.com/n/campaigns/democracy-index-2024/






























