La justicia, lo legal y lo políticamente necesario son conceptos que se mueven por pistas diferentes y que casi nunca coinciden. Y en el caso de la rediviva Elba Esther Gordillo esta discordancia ha sido una constante. Desde aquél lejano 3 de abril de 1989, cuando Carlos Jonguitud Barrios, líder “moral” del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) era ya incapaz de controlar el problema explosivo en que se había convertido la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (la CNTE) y fue ungida por el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari para suceder a su mentor y compañero de lucha. Gordillo tenía la dosis de energía y ambición desmedida que se requería para manejar al sindicato más grande de Latinoamérica. Más tarde se llevó a cabo el ritual de formalizar en un consejo que “eligió” a La Maestra; pero en realidad había bastado un solo voto para elegirla.

(Un paréntesis necesario: en ese momento Elba Esther se reunió, entre otros, con el entonces secretario de Educación, Manuel Bartlett Díaz. Es curioso que una nueva coyuntura haga que estos dos personajes vuelvan al debate público).

Con el cambio de siglo y la alternancia en el poder, Gordillo aprovechó sus capacidades camaleónicas para ponerse del lado del presidente Vicente Fox. Gordillo fue la bisagra que el primer presidente panista requirió para impulsar sus reformas, sin empacho de ser de 2002 a 2005 secretaria general del CEN del PRI. Acusada de traición, finalmente fue expulsada del partido en junio de 2006, cuando ya estaba completamente confrontada con Roberto Madrazo e íntimamente ligada al Partido Nueva Alianza, que se transformaría en su brazo político.

La expulsión era un mero formalismo. La Maestra trabajaba arduamente en la campaña de Felipe Calderón para la presidencia de la República y había negociado no menos de 40 candidaturas del blanquiazul en favor de sus incondicionales. Más tarde también negoció carteras en el gobierno calderonista para quienes en ese momento eran sus cercanos.

Lo que había sido una actitud pragmática y políticamente atinada, se volvió desmesura en 2012. Cotizó muy alto su apoyo. Se atrevió a decir que su grupo daría su apoyo a quien más ofreciera, en términos de prebendas políticas. Y el 26 de febrero de 2013, cuando el nuevo presidente Enrique Peña Nieto apenas se acomodaba en su oficina de Los Pinos, La Maestra pagó factura de su soberbia dando con sus huesos en la cárcel de Santa Martha Acatitla. Su encarcelamiento fue un error: sin ella la CNTE se volvió incontrolable y carente de un interlocutor válido.

El sexenio fue una condena para la otrora poderosa lideresa del SNTE. Su salida de prisión encierra una nueva contradicción. Si en efecto cometió el desvío de recursos del cual se le acusó, su liberación es producto de una negociación extrajudicial que afrenta a la justicia; si no infringió la ley, su sexenio en cárcel es un castigo injusto, debido a su indisciplina. En cualquier caso, es una demostración innecesaria de que la justicia es sólo una aspiración y la política, una asfixiante realidad.

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