En múltiples ocasiones hemos escuchado a tanta gente hablar de otros, de manera despectiva o grosera. Sin saber la razón, motivo o por qué. Razón en apariencia justificada, por la que muchos llegan a preocuparse y hasta actuar como otros quieren, aunque su conciencia se los censure. Lo cómico o chistoso es, que a pesar de su esforzada buena educación, siempre hay algún gandul vociferando en cualquier momento en su contra. Eso para mí, habla de lo importante que somos para los demás. Por ello considero, que se debe agradecer a esa gente tan simpática que despeja su mente y nos enseña que la vida no es un escenario. Y complementa su enseñanza haciéndonos ser y actuar tal y como somos.

A lo largo de nuestra vida, tenemos la dicha de conocer gente que pregona lo que no es o vive; otras que dan lo que no tienen; algunas que hieren y lastiman a otros aún sin conocerles; a aquellos que devoran al prójimo con su intolerancia e ignorancia y que repiten como si fueran cotorros sin razón; millonarios infelices; seres que se quejan sin causa justificada, que se reúnen con otros para, quejarse de lo que sea; y a gente que ha hecho de la estupidez, una manera cómoda de vivir. Afortunadamente ellos son los menos. Y eso me alegra. Pues con sus acciones nos convierten en seres invulnerables, que nos permiten decir, actuar, sentir y pensar lo que queramos, para caminar imparables, tal como nos enseñan en casa o en la escuela.

Ante estos embates de la vida, lo importante es aprender y actuar con humildad. Por ello desde mi perspectiva es indispensable que sea el amor por todo aquello que nos rodea, lo que inspire nuestros actos, pues sin amor nada tiene sentido, tendemos a estar perdidos y corremos el riesgo de estar transitando por la obscuridad. Lo que no acontece si nuestros actos son de verdadero amor que se complementan con la luz del silencio. Es necesario aprender a escuchar para descubrir el mensaje que se encuentra detrás del silencio que es la clave, la simplicidad y la puerta que deja fuera a los que intentan dañarnos.

Se dice que la gente feliz no es rentable, pues con lucidez y energía no hay necesidades innecesarias. Explico: no es suficiente querer algo, sino realmente hacerlo u obtenerlo sin preocupación porque nuestros actos lastimen u ofendan a alguien. Recordemos que el deseo de hacerlo bien será la gran diferencia. Abundo, considero que una meta es producto de distintos pasos que a su vez son metas que se van alcanzando. Por tanto, el camino y la meta pueden ser lo mismo. No basta correr muy rápido, sino saber a dónde se dirige cada paso.

Se puede pensar que es más fácil rendirse ante la vida, sino aceptamos lo que somos y ponemos empeño en hacer lo que se tiene que hacer; pues se encarna la utopía y lo imposible predomina en nuestro acontecer cotidiano. Por ello la mejor manera de ser felices es simplemente… ser felices.

Cuando se bucea a grandes profundidades, no se puede salir inmediatamente a la superficie pues nuestro cuerpo reventaría. Entonces hay que prepararlo para salir. Lo mismo que acontece para recibir lo que merecemos, ya que si las cosas son más grandes que nosotros, el desequilibrio está garantizado. Hay que conquistar a la vida, enamorarnos de ella y disfrutar de ese amor. El camino lo tenemos que hacer nosotros, sin que por ello evitemos desviarnos de él.

Para algunos estoy loco, y quizá así sea, pero amo esa locura. Me inmuniza ante la infelicidad que se observa constantemente y que infecta almas y atrofia corazones. Por ello afirmo, que el amor es la esencia que enriquece nuestra instancia inmunológica. Dejemos de complicarnos, de ser infelices, de reprimirnos. Porque la espontánea ternura, y el amor por la vida ofrecen seguridad, estabilidad y confianza. Ya no perdamos el tiempo agrediendo, lastimando o viendo moros con tranchete, pues recordemos que quienes no están preparados para escuchar tienen la recompensa de no enterarse de nada.

Disfrutemos lo que tenemos, recibamos lo que nos den, demos tiempo para soñar, crear e inventar lo que necesitemos, esforcémonos por hacer bien las cosas y sobretodo celebremos lo que se tenga. Sé que no es fácil asimilar que la vida es un canto a la belleza, una convocatoria a la transparencia. Pero cuando lo descubramos desde la vivencia, cierto estoy que nuestros sentidos alcanzarán su desarrollo pleno y cumplimentaremos la máxima bíblica de “el que tenga ojos que vea” y “el que tenga oídos que oiga”. Sin olvidar por supuesto la máxima de Dar de Sí, antes de pensar en Sí.

Porelplacerdeservir@hotmail.com

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