La lucha libre mexicana, una tradición que también vibra en Tlaxcala: más que un deporte, un legado con alma y máscara

 

La lucha libre en México es mucho más que un espectáculo: es identidad, es narrativa popular, es cultura viva. Con más de 90 años de historia, este deporte-espectáculo ha sido cuna de leyendas, testigo de sueños y espejo del México profundo.

Los orígenes: del extranjero a lo mexicano

Fue en 1933 cuando Salvador Lutteroth, considerado el padre de la lucha libre mexicana, fundó la Empresa Mexicana de Lucha Libre (EMLL), hoy conocida como el Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL). Inspirado por los espectáculos de lucha en Texas, Lutteroth introdujo este deporte-espectáculo en México, dándole un toque propio que con el tiempo se volvió inconfundible: la máscara.


De Metepec para la lona nacional: el Guerrero Inca

Un ejemplo vivo de esa pasión es Alberto Romero Pérez, conocido en el mundo de los encordados como el Guerrero Inca, originario de San Diego Metepec, Tlaxcala. Con 25 años de trayectoria activa como luchador profesional y más de medio siglo en el arte de confeccionar máscaras, su historia es testimonio de entrega, disciplina y amor por una tradición que sigue vigente.

“Yo empecé como muchos: peleonero en la escuela”, cuenta entre risas. Fue en la secundaria, gracias a un amigo que llevaba revistas de lucha libre, que comenzó a interesarse en las llaves y los lances. “En las clases de educación física las practicábamos, hacíamos caídas, y luego íbamos al cine a ver las películas del Santo, Huracán Ramírez o Mil Máscaras… ahí nació todo”.

Pero su historia no quedó solo en la imaginación infantil. En 1972 comenzó a hacer máscaras, primero de forma sencilla, y para 1984 ya elaboraba piezas profesionales. Entre sus primeros clientes estuvieron nada menos que el Rayo de Jalisco, Huracán Ramírez, Tigre Negro y el Santo, íconos de una época dorada.

Romero Pérez no solo fue testigo, sino protagonista de la evolución de la lucha libre en México. “Mi examen profesional fue en 1974. Desde entonces, he luchado en casi toda la República, en las principales arenas de cada estado”. Con nostalgia, recuerda cómo fue combinando su oficio de mascarero con el entrenamiento constante en gimnasios, hasta lograr su sueño de ser luchador profesional.

Hoy, además de participar en eventos como la Expo Máscaras, sigue activo en el gremio, compartiendo experiencias y anécdotas con viejos colegas. “Somos como una familia. Donde nos encontramos, nos saludamos como grandes amigos. Eso es lo más bonito que me ha dejado la lucha libre: la hermandad”.

Máscaras que construyen leyendas

La máscara es el alma de la lucha libre mexicana. No es solo un accesorio: es identidad, misterio y legado. Íconos como El Santo, Blue Demon y Mil Máscaras elevaron la lucha libre al estatus de mito. Sus rostros cubiertos se volvieron símbolos de justicia popular, figuras intocables que combatían el mal tanto en el ring como en el cine. El Santo, por ejemplo, no se quitó jamás la máscara en público y fue enterrado con ella, consolidando su figura como leyenda viviente.

Con el tiempo, la lucha libre se ha adaptado a nuevas generaciones. Hoy, además de las funciones tradicionales en la Arena México o la Arena Coliseo, existen circuitos independientes, espectáculos en plazas públicas y hasta producciones internacionales que reconocen su valor único. Luchadores como Rey Mysterio, Pentagón Jr. o La Parka han llevado el estilo mexicano al extranjero.

Además, la inclusión ha tocado la lona: luchadoras como Lady Apache o Sexy Star han ganado su lugar en la escena, mientras que personajes del colectivo LGBTQ+ también han alzado la voz (y los puños) en un ambiente que poco a poco se abre a la diversidad.


Un legado que no se rinde

La lucha libre no se limita a los rings. Está presente en el arte popular, en la música, en los murales urbanos, en las máscaras de los mercados, en las ferias y hasta en el corazón de quienes, cada domingo, acuden con emoción a ver la función.

Aunque no es la capital del espectáculo, Tlaxcala ha sido semillero de talento. En ferias patronales, arenas locales o recintos improvisados en comunidades, la lucha libre sigue viva, con público que ríe, grita y se emociona como si estuviera en la Arena México. Figuras como el Guerrero Inca han abierto camino para que nuevas generaciones puedan soñar con el cuadrilátero como un espacio legítimo de expresión.

“La lucha libre ha cambiado”, reconoce Romero. “Antes era muy técnica, con base en lucha olímpica y grecorromana. Ahora es más aérea, más espectáculo, pero también muy impresionante. Lo importante es no perder el respeto por el deporte”.

Consejo para las nuevas generaciones

El Guerrero Inca no duda en dar un mensaje a quienes quieren incursionar en este mundo: “Este deporte es muy bonito, pero debe practicarse con disciplina y bajo la guía de un maestro. Un mal paso puede dejarte lesionado. Y a los jóvenes, que no se rindan. Siempre habrá obstáculos, pero también compañeros que los apoyen. Cuídense de los que buscan apagar sueños, y júntense con los que los hacen crecer”.

El mayor regalo, dice, es el aplauso del público. Porque la lucha libre no se trata solo de ganar o perder, sino de conectar con la gente, de provocar emoción y de transmitir un legado que sigue tan vivo como el primer día que alguien se puso una máscara para subirse al ring.

En Tlaxcala, como en todo México, la lucha libre sigue siendo un grito de identidad, una ceremonia popular y una escuela de vida. Con cada llave, con cada caída, con cada máscara que se coloca o se rompe, se cuenta una historia que pertenece a todos.

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