Las mujeres son, por naturaleza, educadoras. Con esto quiero dar a entender que además de ser rol que hemos tomado dentro de la sociedad, también forma parte de nuestra evolución: mientras los hombres se encargaron de documentar la historia en un principio, las mujeres contábamos las historias y marcábamos el tipo de vida de las tribus, de las ciudades, de las civilizaciones.
Esto, evidentemente, se convirtió en un rol que hemos desempeñado y que se ha convertido en una realidad de género: en 2015, seis de cada 10 docentes en México eranmujeres. Pero también somos las que educamos en casa. Y eso sí es una imposición de rol de género.
No solamente ahora hay más “jefas de familia”, sino que incluso dentro de la familia tradicional, las mujeres continuamos jugando un papel preponderante en la educación. Los padres por supuesto forman, pero sus roles les han permitido históricamente salirse del espacio familiar para proveer, ganar el sustento familiar. Sin embargo, pesar de que ahora las mamás también salen a trabajar, el rol de educación de los hijos no ha sido compartido en su totalidad con los padres.
Aunque más del 27% de las familias están “lideradas” por mujeres en México (es decir, son las que mayor ingreso llevan a casa), existe también un estigma de género que impide que el hombre que gana menos que la mujer tenga mayor carga en las responsabilidades del hogar: la manutención, la administración del gasto familiar, la educación de los hijos, la limpieza, etcétera. Esto, en muchos de los casos, no es por decisión del hombre; sino porque la historia de la sociedad no le ha permitido darse el espacio para desempeñar estos papeles, porque nadie le educó –al contrario que a las mujeres- a cómo corregir a los niños, a cómo prepararlos para la escuela, a cómo ayudarlos en sus tareas, a cómo lidiar con las maestras y maestros e, incluso, a cómo jugar con ellos.
Es cierto: se ha relegado al padre al rol de proveedor. Esto, estimados lectores, también es parte del machismo con el que hemos convivido durante siglos: la expectativa que se pone en los varones en no involucrarse emocionalmente más allá de los esperado. De ser quien compre los útiles, pero no quien revise si el niño o la niña hace buen uso de ellos, de ser quien pague las cuotas de colegiatura, pero no de representar al niño frente a un conflicto con otro compañero. Es un rol impuesto también para ellos.
Por otra parte, esto impone en las mujeres que son mamás, esposas y trabajadoras, una carga extra en sus funciones o roles de género: al terminar la jornada laboral (que dura igual que la de los hombres, pero que es remunerada un 30 por ciento menor), llegan a casa a hacerse cargo de la limpieza, la comida, la tarea, el juego y la higiene de los niños. Es momento de que también compartamos los frutos de la maternidad y de la educación con las parejas, con los padres o esposos. No desde el punto de vista del reclamo social –que es perfectamente válido y estoy a favor de él-, sino del punto de vista de crecimiento personal que conlleva este rol histórico que nos ha pertenecido.
Invitemos a ellas y a ellos a tener este diálogo abierto, a contemplar y compartir el crecimiento de los hijos, de la familia y a encaminarnos hacia una sociedad más justa.
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En otros temas, el 17 de mayo se celebró el Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia. Conmemora que en 1990, la Organización Mundial de la Salud eliminó a la homosexualidad del catálogo de enfermedades mentales y significó un hito en la lucha de la igualdad en derechos. Sin embargo, la homofobia es una enfermedad social que sigue estigmatizando y atrasando la equidad y la igualdad. En 76 países aún es ilegal tener otra preferencia sexual a la heterosexual, en cinco se castiga con la muerte. En México han escalado los homicidios y crímenes de odio. Luchemos por la inclusión, por la tolerancia y el respeto, no importando a quien amamos