Ni la pandemia ha frenado el éxodo migratorio, no ha logrado meter el miedo en el cuerpo a un cúmulo de personas -de todas las edades- para que permanezcan en el sitio que les vio nacer; quizá, se esperaba que la irrupción del SARS-CoV-2, sirviese de contenedor para los desplazamientos humanos.
No ha sido así, como tampoco lo han sido ni las vallas con púas, los muros, los guardias armados con perros; el mar, el desierto, los peligros, las mafias, las violaciones, las maras, los grupos armados, los traficantes de órganos… todavía más que todo ese horror, puede más el hambre.
Las escenas de madres o padres dejando a sus hijos para ver si, por lo menos ellos pueden labrarse un mejor presente y futuro, son escalofriantes ante una sociedad muerta, egoísta e indiferente.
En el ADN del ser humano per se está moverse de un sitio a otro: nació nómada y el hambre lo llevó a trasladarse para buscar comida y fue, solo cuando encontró cómo satisfacer esa fuente de alimentos, cuando se convirtió en sedentario… cuando aró, sembró, cosechó y hasta domesticó animales.
Hemos llegado al siglo 21, sin saber cómo atender, gestionar y resolver el problema de la movilidad humana generada por los flujos migratorios, que insisto, no serán frenados ni siquiera por una pandemia.
En la actualidad no son pocos los líderes mundiales interesados en reactualizar y modernizar a varios de los organismos internacionales herencia de la Segunda Guerra Mundial y que requieren una nueva visión dado que las relaciones internacionales en la Era Digital y la Sociedad de la Información son cada vez más complejas; y es menester incluir aristas que, desde luego, no estaban presentes hace cincuenta años y que ahora están presentes en nuestra realidad.
La ONU, tantas veces cuestionada, requiere de una urgente reconfiguración en la que se tenga más potestad en el tema migratorio de tal suerte que pudieran existir férreos compromisos jurídico globales en el renglón del trato a los migrantes ilegales, a los refugiados, asilados y apátridas.
Una gran política internacional migratoria así de importante como la Cumbre del Clima de París o bien como el Tratado Internacional de Pandemias idea de Charles Michel, presidente del Consejo Europeo y que va promoviéndose entre los países a fin de lograr un consenso y que sea rubricado por todos.
A colación
Lo incorrecto sería seguir ignorando que el drama migratorio ilegal (y aquí incluyo a los refugiados) es la otra pandemia, obviarla para no hacerle frente y permitir que el problema siga creciendo hasta tal punto que sea la propia sociedad la que esté enredándose la soga al cuello.
Ni Carla, ni María, ni Zaida, ni Lupe, ni Poncho, ni Abdel ni tantas otras millones de personas que lo dejan todo para arriesgar su vida son fantasmas o son menos seres humanos, que usted o que yo amigo lector; les ha tocado el infortunio de nacer en el lugar incorrecto.
Siempre me he preguntado de cuántos grandes talentos nos estaremos perdiendo, porque muy seguramente tendrán algo que aportar a la sociedad, claro si ésta les da una oportunidad desde el tema de la educación, la formación y el empleo.
Pero prima el egoísmo y políticas absurdas mal eslabonadas porque los gobiernos no quieren un efecto llamada, todo lo contrario esas imágenes grotescas de niños y muchachos, sin horizonte y abandonados a su suerte, esperando en fila sentados a que alguien por lo menos les dé un poco de agua o un bocadillo. ¿Y si fuesen nuestra familia? ¿Y si fuésemos nosotros, los que por diversas circunstancias solo tuviésemos la opción de escapar del terruño?
La violencia y el hambre son los dos grandes focos expulsores de la gente, el miedo a las mafias, a ser secuestrados, cooptados y obligados a pertenecer a un grupo criminal hace que muchas familias salgan despavoridas creyendo que así salvarán a sus hijos y deciden irse; esa violencia maldita que desplaza a millones de personas desde Centroamérica hacia México con la meta de llegar a Estados Unidos.
Esa violencia desplaza a millones de personas desde África, desesperados por tocar tierras europeas, como si llegasen al paraíso y lo que les aguarda es una ausencia de oportunidades y hambre, eso sí, hambre en libertad.
A la anciana Europa le hace falta muchísima gente, mano de obra y profesionistas, para sostener su futuro sistema de pensiones en un continente con una escasa natalidad; y los estadistas lo saben y los políticos que gobiernan igualmente pero hay muchos prejuicios anidados para abrirse a darle un mejor trato humano y decente a los migrantes ilegales que solo quieren trabajar -como usted y yo- tener un ingreso, prosperar y formar una familia. Al final sus sueños solo son cenizas al viento…