Hoy tengo miedo de llegar a mi casa. No sólo por cómo me irá estando adentro, sino porque no sé cómo seré recibido, para empezar. ¿Me hablará al verme? ¿Me mirará siquiera? ¿Qué me reprochará o qué me dirá que hice mal hoy, como todo lo que dice que hago mal siempre? ¿Seguirá haciendo mofa de mi cuerpo porque ya no es atractivo? ¿Me avisará que irá a un evento social agregando: “a ver si encuentro por fin a alguien más con quién estar?

Para empezar ¿me avisará que saldrá o seguiré enterándome hasta cuando regrese? ¿Seguirá coqueteando con otras personas y volteará a verme mientras lo hace? ¿Me permitirá seguir trabajando o me lo prohibirá otra vez? ¿Volverá a sentir celos de que mi situación laboral es mejor que la suya? ¿Me seguirá preguntando en qué me gasto el dinero porque no rinde? ¿Me dará zapes en la cabeza, jugando, aunque sepa que me desagrada? ¿Me seguirá obligando a practicar una religión que no me gusta? ¿Me exigirá tener intimidad aunque yo no quiera? Más me preocupan mis hijos.

¿Los trató bien hoy? ¿Les dio de comer algo más que bolillos o les volvió a llenar el estómago con una bolsa de cacahuates en todo el día (a pesar de que el gasto para alimentos que le doy, supera al de que casi todos nuestros conocidos, incluyendo los de posición acomodada)? ¿Acaso, les gritó fuertemente de nuevo sólo porque perdieron un borrador o un sacapuntas? ¿Les habrá aventado otro zapato porque se comieron una nuez fuera de horarios de comida? ¿Los acostó sin cenar (aunque le pedían alimento llorando desde la cama) sólo porque fueron traviesos, le desobedecieron y tenía que castigarlos? ¿Le aventó otra vez talco en los ojos al bebé porque no dejaba de llorar? ¿Los amenazó con que saldría mal su proyecto escolar y sería rechazado por la maestra sólo por no hicieron el pliegue de papel como lo exigió o porque el color elegido por mis hijos no fue de su agrado?

¿Esta vez sí les habrá dado su medicamento o se habrá negado otra vez argumentando que “los voy a desmadrar con tanta medicina”? Ya estoy enfrente de la puerta y tengo miedo de tocar, no sé qué situación encontraré en la casa ¿Por cuánto tiempo más seguirán las cosas así? ¿Por qué no se da cuenta de cómo se destruye nuestro hogar y por fin cambia? ¿Por qué no puedo hacer algo yo mismo? Aunque más y más lo pienso, no sé cómo resolver todo esto. Intentaré hablarlo de nuevo y arreglar las cosas, espero que no me corte a medio hablar con su “¡al grano, ¡qué quieres decirme porque ya me estás fastidiando!” En verdad, no sé qué hacer…Ahora, estimada lectora y lector, por favor, piense en el texto previo. ¿Cuántas de estas situaciones ha vivido, como víctima o como victimario?

Desafortunadamente, la anterior es una combinación de historias muy reales; no todo lo anterior ocurre en un solo hogar, pero hay hogares en donde pasa mucho más que esto. La familia es el núcleo de las sociedades humanas, por lo cual, destruir el ambiente familiar y dejar de sentirse protegidos y amados en nuestras casas (por quienes se suponen que más nos aman), es la receta más segura y efectiva para destruir la sociedad.

Si nos atenemos a la tradición judeo-cristiana, la familia es una de las dos instituciones que se originan desde el jardín del edén (la otra es tener un día de reposo), esto es, desde el origen de la humanidad, de acuerdo con esa perspectiva. Por algo debe ser su importancia, ¿no cree? Si no, ¿para qué existiría como forma de organización social básica? Ser paciente, comprensivo y tolerante es algo que muchos no logramos, pero debemos intentarlo. Ser amoroso y respetuoso, es algo que muchos no hacemos, pero el afecto y sentirnos bien lo necesitamos todos.

Escuchar a los demás, reconocer que podemos estar equivocados y estar abiertos a dialogar e informarnos para decidir mejor (en atención médica, en comida, en actividades de ocio, en elección escolar, etc.), en vez de sólo imponer, es algo imprescindible si hemos de vivir con otras personas. Algunos académicos definen a la violencia como “la imposición de la voluntad de uno o unos para incidir y modificar las conductas de otro u otros sin su aprobación o consentimiento”. El punto es, ¿realmente es necesario llegar a la violencia? ¿Cómo estoy seguro de que mis métodos no son violentos?

En principio, la queja o la expresión del dolor del violentado es lo que debería dar la alarma de que algo no se está haciendo bien; aun así, hay quienes no reaccionan al dolor ajeno. Sin embargo, debemos recordar que todos tenemos un papel en la vida y que para que cada quien cumpla su papel, debemos apoyarnos, amarnos y respetarnos (especialmente al interior de nuestra familia); si no lo hacemos así, ¿qué nos espera? ¿Quién querrá más a nuestros hijos e hijas que nosotros sus padres? ¿Quién amará más y apoyará mejor a nuestras esposas y esposos? ¿Para quién vamos a luchar por tener un mejor futuro en la vida si no es para nuestra familia?

La vida humana ha cambiado mucho. Pese a los notables avances científicos, hay más indolencia, falta de empatía y mucha desinformación que conlleva a errores familiares graves, como por ejemplo el privar de medicinas o tratamientos médicos a nuestros enfermos, ya sea por temor a los doctores, fanatismo o ignorancia respecto a sus verdaderos efectos en la salud. Tal estado de cosas debe cambiar, pero debemos colaborar todos, desde nuestros hogares. Consciente de la problemática, las autoridades gubernamentales han puesto en práctica políticas públicas e instituciones destinadas a mejorar la situación que se vive en casa, pero nosotros como ciudadanos pensantes debemos hacer nuestra parte, concientizando, alertando, corrigiendo, escuchando, orientando, esforzándonos; de lo contrario, ninguna medida tendrá éxito, así venga de autoridades o de organizaciones no gubernamentales.

Es claro que hay muchas formas de violencia: sea descarada u observable, simulada o sutil; sea física, verbal o psicológica, o incluso económica, sea por acción directa o por omisión (el no actuar o el dejar de proteger), sea de tipo laboral, sexual, de género o también religiosa. Varias de estas manifestaciones de violencia hasta llegan a tener una fuerte justificación de manos de quienes la ejercen. Al respecto, quizá debamos recordar a Gandhi, quien dijo “Me opongo a la violencia porque cuando aparece para hacer bien, el bien solo es temporal; el mal que hace es permanente”.

 

Eduardo Macario Moctezuma-Navarro

Investigador asociado en El Colegio del Estado de Hidalgo.