“Deja morir el pasado, mátalo si es necesario”.
Esta frase marca al octavo episodio de la saga de Star Wars, el cual en esta ocasión está escrito y dirigido por Rian Johnson (Looper: Asesinos del Futuro, Estafa de Amor) quien tiene la tarea de continuar esta épica de fantasía cinematográfica desde donde nos dejó el director J.J. Abrams hace dos años.
En esta nueva aventura, Rey (Daisy Ridley) por fin se encuentra con el legendario Luke Skywalker (Mark Hamill) en una alejada isla con quien se reúne para hacerlo entrar en razón y volver para apoyar a la Resistencia contra la Primera Orden; mientras tanto, la Resistencia se encuentra en una encrucijada para escapar de esta maligna Orden bajo el plan de Finn (John Boyega), Poe (Oscar Issac) y una piloto llamada Rose (Kelly Marie Tran).
Johnson “aniquila” la esperanza planteada por Abrams al final de “El Despertar de la Fuerza” para tomar como premisa el fracaso y sus múltiples resultados en las tres líneas argumentales que plantea: Rey, Luke y los Jedi; la lucha de la Resistencia por sobrevivir; y Kylo Ren (Adam Driver) luchando contra sus propias convicciones.
De entrada, desconcierta cómo el director (quien también escribió esta historia) busca desapegarse de todo lo que conforma la mitología de Star Wars, pero a su vez, como lo hiciera Abrams, emula pasajes de episodios anteriores: la Batalla de Crait y sus similitudes con Batalla de Hoth el episodio V, lo más evidente.
La película avanza en su mayor parte sin problemas de ritmo, las secuencias de acción sobresalen, el humor es adecuado y su objetivo, como avanza el metraje, es claro; Johnson quiere convertir en cenizas los fundamentos por los que casi tres generaciones han amado esta icónica saga cinematográfica. La cuestión es, ¿para qué?
El director considera pertinente que es hora de que “los Jedi terminen” para dar paso a un concepto más general, un arquetipo superfluo y menos místico y legendario, donde, así como lo hiciera la cinta animada de Disney-Pixar “Ratatuoille” (Brad Bird), se plantea que “cualquiera puede ser un Jedi… perdón… sensible de la Fuerza”.
Se terminó la religión, se terminaron las leyendas, Johnson considera que hay que dar paso a algo nuevo, a una lucha de “bien y mal” sin lo que hizo a esta saga lo que es. No Jedis, no Siths, solo personas con capacidades superiores a los simples mortales de la galaxia, vaya, como si fueran unos X-Men.
Por un lado, está este mensaje generacional aplicado a lo que suelen decir los papás de estas generaciones actuales: “ya trae el ‘chip’ integrado, ya lo sabe usar”, así como “cierto personaje” se lo dice a Luke, refiriéndose a que nuestra nueva protagonista no tiene nada que aprender, ya es innato. ¡Adiós maestros y aprendices, hola autodidactas!
Asimismo, en favor de su premisa, el director y escritor decide anular las teorías y misterios planteados por Abrams en el episodio VII, pero no sin antes jugar con ellas para… sí… que no tuvieran relevancia alguna. El gran bluff de la saga hasta ahora.
Está claro, el plan actual de Lucasfilm y Johnson -a quien ya se le ha encomendado la tarea de realizar una nueva trilogía- se enfocará a comunicarse con una generación que poco le importa el pasado y lo desecha sin miramientos. Una saga que realiza un desprendimiento de tajo a un canon que lleva construyéndose durante años.
Y sí, tengo decirlo, la cinta de Johnson es efectiva para este propósito, pero darle a una generación “un nuevo concepto” que no tiene nada de novedoso, desechando todo un canon legendario, eso sí es arriesgadamente cínico.
¿Te gustó la película? ¡Sigamos la conversación en @AlbertoMoolina!