Una gran cantidad de películas y series tratan temas de investigación criminal sobre casos de asesinos seriales. Con la investigación forense como eje, el personaje del asesino normalmente es presentado en forma esquemática, y el acento se pone en los aspectos truculentos de la historia. Las razones del comportamiento criminal o no se mencionan o son apenas sugeridas. Algunos sicólogos intentan explicar la persistencia en la sociedad moderna de crímenes seriales, relacionándolos con la emergencia de instintos básicos del ser humano. La investigación hunde sus raíces entonces en el individuo y su entorno.

Pero hay crímenes que no son cometidos por individuos aislados, sino siguiendo órdenes de un superior. Son los crímenes de estado, que pone toda su organización y su poder para cometerlos. Aquí los torturadores y asesinos “cumplen órdenes”. Así lo hicieron los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, así lo hicieron los militares argentinos durante la dictadura que asaltó el poder en 1976. Cuando llegaron a ser juzgados, tanto los nazis alemanes como los argentinos dieron la misma explicación: “cumplían órdenes”.

Más allá de las patologías individuales que pueda haber en estos casos, el gran criminal es el estado terrorista que planifica y ejecuta estos crímenes. En esta nueva dimensión de la realidad se violan las leyes y los derechos fundamentales del ser humano. La experiencia demuestra que los ejecutores de estas órdenes rara vez dudan en cumplirlas. Y jamás reconocen lo que han hecho, obedeciendo a una suerte de “pacto de silencio” que se suele ampliar a la familia.

Los familiares de los torturadores y represores pueden tomar dos actitudes: sumarse al pacto de silencio y negar todo, o afrontar la verdad con todas sus consecuencias. Esto último es lo que han hecho algunos hijos de represores argentinos, con la creación de la asociación “Historias Desobedientes”. Porque el tremendo dolor causado al descubrir que el padre es un asesino, no es en estos casos un problema individual, ni puede ser resuelto sólo en el sillón del sicoanalista. Lydia Lukaszewicz recién ahora,  con 51 años, puede afrontar su historia familiar y definirse como «ex hija» del militar torturador Hernán Lukaszewicz, ya fallecido. Su madre siempre participó del pacto de silencio y niega todo, incluso el abuso sexual de Lukaszewicz a sus nietas.

Mariana Dopazo, hija del feroz torturador Etchecolatz al que recientemente el nefasto presidente Macri premió con la prisión domiciliaria, solicita que su padre biológico regrese a la prisión. Mariana tardó años en adoptar el apellido de su madre renunciando al paterno, y denunciar el horror. Son estas historias las que permiten mantener la esperanza. Un estado criminal que secuestra, tortura y asesina a los ciudadanos requiere un repudio claro, enérgico y público. Es la única forma que una sociedad puede sanar y que la historia no se repita.

 

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