La teoría del contrato social, a grosso modo, establece que las sociedades humanas modernas se construyen a partir de un acuerdo entre sus integrantes, en donde ceden parte de sus libertades individuales (esencialmente, la libertad de autogobernarse) para que exista un ente superior, el Estado, quien se encargará de gobernar y hacer cumplir la ley, con lo cual se asegurará la protección de las personas y garantizará su sana convivencia.

De no existir este contrato social, los individuos quedarían en manos de sus instintos más primitivos y egoístas, viviendo en caos y guerra continua, de tal modo que, mantenernos en el estado más elemental de la naturaleza humana, nos llevaría a la autodestrucción (al menos desde la perspectiva de Thomas Hobbes).

Desde los orígenes explícitos e implícitos del contrato social, lo cierto es que hay un deseo compartido entre sus participantes, por lograr un mejor lugar para vivir. Sin embargo, la percepción de violencia en el mundo y en especial en países como México, hace pensar que el contrato social ya no se está cumpliendo del todo.

Creo que cada quien, desde el puesto que ocupamos en la sociedad, tenemos una responsabilidad de que las cosas sean mejores para nosotros mismos y nuestros semejantes. Sin embargo, hasta donde puedo ver, muchas veces sólo pensamos en cambiar de gobernantes y/o de partidos políticos como solución a estos problemas de violencia y convivencia.

Es decir, señalamos al Estado como responsable, pero no reconocemos nuestro papel, el cual, si acaso no es por acción, sí puede serlo por omisión. No quito responsabilidad en nuestros líderes de gobierno, no obstante, creo que los problemas sociales actuales son demasiado grandes como para deberse únicamente a ellos, considero que más bien son una manifestación de algo más interior, más personal; como alguna vez lo escuché: “es más fácil creer en monstruos afuera [en los demás], que creer en los monstruos que llevamos dentro”.

Se dice que la idea del monstruo interior es un descubrimiento de la literatura moderna, si es así, se ha expandido. Varios elementos recientes de la cultura popular me llaman la atención al respecto: (1) en palabras de Stephen King: “los monstruos son reales, los fantasmas son reales también, viven dentro de nosotros y a veces ellos ganan”; (2) en uno de los duetos musicales de Rihanna y Eminem, parte de la letra señala: “necesito un intervencionista, para que intervenga entre este monstruo y yo, y me salve de mí mismo y todo este conflicto”, “simplemente transmito lo que dice la voz en mi cabeza, no dispares al mensajero, simplemente soy amigo de…Soy amiga del monstruo que hay bajo mi cama, me llevo bien con las voces de dentro de mi cabeza”.

(3) Del cuento corto de José Ignacio Becerril Polo, titulado “Ni el infierno querrá tu alma”, se desprende la siguiente reflexión debida a Marc Soto: “el mal no precisa de criaturas sobrenaturales para manifestarse,…sus raíces son siempre profundas,…[y] es tan cercano que a menudo podemos oír el sonido de su respiración mientras dormimos”.

(4) En la exitosa melodía “Faded” de Alan Walker, poseedora de una potente atmósfera rítmica, el protagonista tiende a mostrarse abatido tras recorrer un territorio abandonado, mientras se menciona en el estribillo la frase “los monstruos corren salvajes dentro de mí”, una y otra vez, frase que me llama la atención al ser matizada por una sensación de angustia no resuelta (según se puede percibir de la conjunción de imágenes, música y lírica).

Continuemos entonces: Si esta metáfora de monstruos internos fuese correcta y da lugar a la violencia que percibimos (tanto como a aquella violencia que se queda oculta), los tales han de ser dominados y para eso no hay otra salida que trabajarlo consigo mismo. Hasta el momento, creo que no lo hacemos adecuadamente. Las estadísticas mundiales en salud, riqueza y bienestar (entre otras), muestran que hay una mejoría global en los indicadores de la población general, pero las cifras de violencia también van al alza.

Es decir, aparentemente estamos mejor que antes, pero el monstruo que origina esta violencia social sin precedentes, también está en crecimiento ¿cómo es esto posible? Para su abatimiento, me preocupa que esta posible crisis otorgue el espacio suficiente para una intervención oportunista de pensamientos e ideologías extremistas, de religiones radicales y toda clase de soluciones firmes, drásticas y contundentes que impliquen la aniquilación explícita de otras personas (por ser supuestamente dañinas), o al menos, que den pie a la aniquilación de la libertad para vivir bajo un estilo propio, sólo por ser diferentes.

En paralelo, difícilmente podemos decir que la situación actual representa todo aquello que nos hace humanos, ¿o acaso sí lo hace? ¿La autodestrucción es parte de nuestra naturaleza? ¿O quizá sólo el egoísmo en extremo lo es? Aparentemente, buscar el beneficio nuestro a costa del de los demás, sigue siendo parte de nuestra naturaleza.

Por mucho que un gobierno o una autoridad quiera hacer, no nos va a meter a todos en la cárcel para corregirnos ¿o sí? ¿En verdad, tendrá que hacerlo? Como se ha llegado a mencionar, “nuestro corazón egoísta nos sigue pidiendo cosas que nuestro cuerpo no necesita”. Llámelo como guste: ¡el corazón mezquino!, ¡mente egoísta! o simplemente el monstruo interior, el punto es que tenemos una lucha interna en la que debemos vencer, obtener victorias para poner nuestro grano de arena en la solución.

Cierto, nadie ve ese monstruo interior que cada uno llevamos dentro, aunque eso no quiere decir que no esté ahí; pero no se preocupe, esta columna ya terminó. Ahora es momento de regresar al mundo real, donde nadie ve lo que habita dentro de nosotros.

 

Eduardo Macario Moctezuma-Navarro

Investigador asociado en El Colegio del Estado de Hidalgo.