El empleo informal o autoempleo sienta sus reales en sitios como la Central de Abastos de Pachuca y las plazas comerciales, en donde es frecuente encontrarse con “diableros”, cargadores, franeleros, empacadores,  o empacadores que sólo perciben propinas como ingreso.

Se trata en el grueso de los casos de personas indígenas que hablan con dificultad el español, que laboran jornadas de doce horas o más, y que llaman la atención al descargar pesados bustos en sus frágiles hombros.

En la Central de Abastos se les encuentra ofreciéndose a cargar las bolsas con compra, como “viene, viene”, franela en mano, en los estacionamientos, empujando los “diablos” cargados de mercancía , o cargando y descargando mercancías en camionetas.

Las hay también mujeres, que en este caso ofrecen sus servicios para limpiar cebollas, picar verduras o limpiar nopales, acomodar productos, asear bodegas o para “cuidar” que no se dé el robo hormiga.

En general son reacios a hablar, a dar sus nombres, lugares de origen o, mucho menos, cómo consiguieron que se les permitiera ofrecer sus servicios en dicha central.

En las plazas comerciales, en las tiendas de autoservicio, se observa a estos “autoempleados” que suelen vestir uniforme si están en los estacionamientos, o llegar muy aseados y puntuales a embolsar las compras de los consumidores.

En las cajas registradoras han sido instalados avisos que advierten que estas personas no son empleados y que el único ingreso que perciben son las propinas que se les da.

En los estacionamientos se les observa presurosos buscando guiar, con su silbato, a quienes abandonan el lugar, con la esperanza de recibir dos o tres pesos.

Para conseguir que se les permita “trabajar”, recolectan los carritos de compra que dejan los automovilistas y los llevan a las áreas correspondientes, además de mantener sin basura el lugar.

Algunos, los menos tímidos o más expertos, se ofrecen también para vaciar la compra en las cajuelas de los autos, buscando recibir unos pesos más.

En el interior de las tiendas, se les observa embolsando productos a la salida de las cajas registradoras, subiendo las mercancías a los carritos, a cambio de unos pesos. Ellos colaboran también, ganándose así el derecho a embolsar, atendiendo peticiones de las cajeras como el cambiar billetes y revisar que no pase mercancía en los carritos que no haya sido cobrada.

Pues aquí sí gano, no como en Molango, que me pagaban 30 pesos por todo el día en el campo, aquí me llevo los 150, 200 pesos diarios, y estoy cerca de mis hijos, pues todos se vinieron para acá”, comenta Carmelo “N”, de unos 60 años de edad, delgado y requemado por el sol, quien trabaja los siete días de la semana como “viene, viene” en una plaza comercial al sur de Pachuca.