Surrealista, apocalíptico, dantesco ¿Cómo se le puede calificar al hecho de tener un tráiler con cientos de cadáveres deambulando por las calles? ¿Quién autorizó tener una fosa común que vagara por las calles? ¿Qué tipo de país tiene necesidad de tomar estas medidas porque las fosas comunes son insuficientes?

Si alguien tenía duda de la magnitud de los problemas que tiene México este es un buen indicativo. Resulta que en el estado de Jalisco ya no había espacio suficiente para dar cabida a los cadáveres que deja el crimen organizado. Esto es, la cantidad de muertos se acumula sin que las autoridades tengan capacidad de respuesta. Por tanto, la medida que se adoptó fue depositar cientos de cuerpos en contenedores mientras que se construían nuevas fosas comunes.

No sólo eso, los mismos que pensaron en esta salida fácil, tuvieron que trasladar el contenedor de un sitio a otro porque los olores que desprendía eran insoportables. De tal suerte, que en pleno lucimiento su falta de criterio, dejaban en un lugar aquel contenedor hasta que los vecinos se quejaban. Después lo movían a otro lugar y así sucesivamente.

Bajo esta lógica se trató de ocultar una realidad lacerante. El estado mexicano no tiene capacidad de respuesta ante el crecimiento de la delincuencia. No sólo eso, tampoco tiene la intención de hacerle frente a la problemática y asumir un cambio de rumbo en la estrategia de seguridad.

Dentro de estas miserias lo que queda es una exhibición de grotescas salidas alternas. Es decir, tratar de ocultar una verdad innegable: no existe el estado de derecho en algunas zonas del país. No hay autoridad válida que pueda contener el crecimiento de la sinrazón con la que actúa el crimen.

En el año 2010, Luis Estrada evidenció esta situación en la película “El Infierno”. Ahí con toda la crueldad del caso, el director nos mostró un país bañado en sangre por el dominio del narcotráfico. Algunas voces, en aquel entonces, se expresaron en el sentido de qué México era mucho más que grupos de criminales y zonas sin ley. Hoy, al cabo de ocho años la realidad nos muestra que la no estamos muy lejanos a ese escenario.

Tal y como se desarrollan las cosas, habrá que esperar algún tiempo para que se construyan los espacios suficientes para depositar a esos cuerpos “sin nombre”. Pero eso es una pequeña parte del problema. Lo grave es que tengamos – como sociedad – la necesidad de convivir en una comunidad donde no se valora la existencia. Un lugar que ha perdido su capacidad de asombro ante hechos que desgarran las entrañas de una población políticamente organizada.

No podemos seguir siendo un país que reacciona ante estos eventos con la salvedad de esconder – temporalmente – los problemas. No podemos seguir con la lógica de acostumbrarnos al enunciado: “cuerpos no identificados”.

Esas personas tuvieron un nombre y una historia que se debe de conocer. Se debe de llegar al fondo para indagar quienes son y porqué terminaron ahí.

No será fácil después de estos hechos reconciliar a la sociedad con sus propios fantasmas. Se tendrán que tomar una serie de medidas para sanar tantas heridas abiertas. Lo que tenemos ahora es un desprendimiento del tejido social que llegará a un punto donde no tenga sentido tener gobiernos por su comprobada ineficiencia e ineptitud.

 

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