En su libro “La conquista de la felicidad”, Bertrand Russell (matemático y premio Nobel de literatura) nos dice que la receta para la felicidad es, de hecho, muy sencilla. No radica por cierto, en la cantidad de dinero que se tenga en una cuenta de banco. Hay quien podría argumentar que para Russell (miembro encumbrado de la sociedad y académico reconocido) era muy fácil decir esto, dado que nunca experimentó la pobreza extrema.

Quien haya visto la película “Cinderella Man” (literalmente El hombre cenicienta) sabe que se narra la biografía del boxeador de pesos pesados Jim Braddock, quien vivió su carrera boxística durante la época de la gran depresión económica en los Estados Unidos. Muchas de las escenas muestran las terribles condiciones de desesperación que vivieron millones de estadounidenses durante dicho periodo. En una de las escenas, el protagonista descubre que su hijo (aprovechando el descuido del propietario) ha robado algo de la carnicería local. En ese momento toma de la mano al niño y lo lleva directamente con el carnicero (quien es vecino y amigo suyo) y le devuelve lo robado. El propietario, comprensivo, le agradece la explicación y todo queda entre amigos. Al salir del negocio, el padre enfrenta a su pequeño y le explica que, efectivamente todos tienen una gran necesidad, pero que eso no justifica el robarle a otra persona. Es una lección dura para un niño pequeño, pero el protagonista mantiene firme su decisión de enseñar a su familia valores fundamentales. La historia de este hombre ejemplar es realmente inspiradora. En un tiempo en que muchos hombres justificaron su comportamiento al comerciar con licor de contrabando, Jim Braddock se mantuvo fiel a sus principios, abriéndose paso, literalmente a golpes, viviendo una vida feliz.

Durante muchos años, una clase política corrupta propició en nuestro país que los valores que todos aprendimos durante la niñez, se perdieran. En un afán de tener “éxito” a toda costa, renunciamos a mantener los valores fundamentales que solían guiar la vida diaria de la generación de nuestros padres, todo por parecer exitosos. Ello parecía justificar cualquier medio para allegarse recursos, incluso ilícitos. Lo que un funcionario corrupto puede hacer desde su oficina, un “huachicolero” (término abominable que se ha puesto de moda) tiene que hacerlo exponiendo su vida y la vida de los que le rodean.

La tarde del primero de julio de 2018 abrió la puerta a la esperanza de recuperar valores perdidos durante mucho tiempo en nuestra sociedad. Hacer realidad esa esperanza genuina, es un trabajo que día a día debe renovarse. Es un esfuerzo que bien vale la pena hacer.

 

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