Todos somos vulnerables… ante la enfermedad, la propia muerte, al enamorarnos y confiar, frente a nuestras sombras, por la historia de vida, las elecciones cotidianas, y lamentablemente a causa de la violencia y la agresión de gente malvada.
Y a pesar de esta vulnerabilidad, aquí vamos, transitando en el día a día, porque afortunadamente existe el otro lado… el que vale la pena andar, en el que se encuentran los motivos que nos mueven hacia los proyectos, los sueños y las ilusiones.
Son los vínculos amorosos (familia, pareja, amigos…) y los recursos personales: inteligencia emocional, salud mental, amor propio, gratitud y amor hacia otros y hacia la vida lo que nos afianza y nos arraiga aun sabiendo y tocando, muchas veces, la propia vulnerabilidad.
Saber que nuestra vida es finita no debe ser motivo de miedo sino de motivación para abrazarnos al buen vivir, a dar mayor sentido a la existencia.
Reconocerse vulnerable es entonces una invitación para hacer que cada día valga la pena, para compartir y dar la mano a quien lo requiera, y también, para hacer algo mejor con los años que nos toque estar aquí.
Y sí, el autocuidado es una responsabilidad que hay que asumir con gusto, con amor propio, encargándonos de estar bien, cuidándonos, eligiendo apropiadamente lo que pensamos, sentimos y hacemos. Y lo mismo en lo que decidimos no hacer.
Por eso… hay que tomar conciencia del tiempo, no con miedo sino con amor.
¿Qué hago ante la vulnerabilidad? ¡Vivir! Amarte, para que elijas lo que realmente conviene a tu bienestar y el de tus relaciones.
Enamorarte de tu vida, iniciar y mantener un romance permanente contigo, construir relaciones saludables, expresar lo que sientes inteligentemente, negarte al sufrimiento, rechazar el victimismo, salir de la zona de confort, confiar en ti, saber que tienes la capacidad de utilizar tus recursos cuando sea necesario para enfrentar, resolver y trascender las crisis.
Confiar en la vida, amarla con todos sus matices, ser solidarios y cuidar unos de otros, necesitamos, hoy, más que nunca, ser empáticos, acompañarnos, hay demasiada soledad, vacío, tristeza, miedo… Participemos en el bien común y dejemos de estar tan solos y tan asustados.
No dejaremos de ser vulnerables, pero podemos aprender a ser más fuertes, y mejor aún, tocar más a menudo la felicidad.
Y cuando llegue el momento de despedirnos de lo amado, llorar y elaborar, aprender a vivir con las pérdidas es menos doloroso cuando hemos disfrutado intensa y correctamente de lo que hemos amado: la familia, la pareja, los amigos, el trabajo, la salud… la vida.
Saber que somos vulnerables no para lamentarnos por ello, sino para optar entonces por apreciarlo todo, sentirlo con todos los sentidos, saborear cada momento especial, mágico, lúdico, amoroso…
Así que, ante la vulnerabilidad de la vida, los sentimientos, las relaciones, las oportunidades… de todo, lo que nos corresponde es vivir de verdad, con pasión, alegría, generosidad y gratitud.
¿Ya lo haces?… ¿Lo pensé o lo dije?
¡Abrazos infinitos!