Necesitamos conocer aún más lo que está pasando en el mundo en materia de todo tipo de abuso contra niños y mujeres. Marchas, pintas proclamas y manifestaciones no alcanzan para entender y mucho menos combatir esos abusos. Frases lapidarias como “Estado feminicida”, “sociedad patriarcal-machista» o “México feminicida” se convierten en humo que al desaparecer solo deja el horror de más abusos.
El problema es complicado porque no es de una colonia, de un país, de un continente. Se puede afirmar que el abuso contra niños y mujeres es un fenómeno global, pero desafortunadamente, no nuevo.
A la gran decepción que acarrea el hecho de que ministros eclesiásticos abusen de sus fieles en una tendencia que crece al igual que la riqueza de algunos de sus ministros, se suma ahora la sorpresa y también decepción de que los famosos Boys Scouts en Estados Unidos se han declarado en quiebra por el alto número de demandas que se les han presentado, con registros que las ubican desde hace prácticamente un siglo.
Es cierto, no es nada nuevo. Echarle la culpa a tal o cual modalidad o ideología actual solo distrae de que las violaciones de todo tipo están ahí desde hace décadas. En el siglo pasado están las llamadas “mujeres de confort” de nacionalidad china o coreana, sobre todo, que el ejército japonés tomó para el disfrute de sus soldados cuando su expansionismo los llevó por varios países asiáticos en las primeras décadas del siglo XX, algunas de las cuales aún viven.
Pero ahora esos abusos son vistos de manera diferente en un proceso que esperemos pronto avance en su racionalidad para hacerlo desaparecer de manera definitiva.
Es cierto, la toma de conciencia de los derechos de las mujeres va más allá de votar, sobre todo ahora en que la conjunción de cubrir necesidades materiales se suma a la aspiración de mejor desarrollo, y nos entrega mujeres preparadas y conscientes de sus derechos que ven de manera muy diferente prácticas sociales antes incuestionables. Algo similar pasa con la condición de los infantes, que se entiende no alcanzarán un pleno desarrollo si no hay un ámbito adecuado que incluye derechos que antes nadie pensaba que pudieran tener.
¿Qué tan lejos o cerca estamos de un punto de inflexión social en que las mejores condiciones a mujeres y niños no se quede solo en los discursos?
En términos de discurso y sobre todo de consigna, muy cerca. En términos de hechos, muy lejos aún.
Quizá sea que antes del cambio debemos conocer más de la realidad que viven mujeres en India donde las violaciones tumultuarias son asunto común, igual que en España, país donde la violencia doméstica es cotidiana.
Apenas el pasado noviembre nos enteramos de que en 25 países de América Latina y el Caribe, no menos de 3 mil 529 mujeres fueron asesinadas durante 2018, de acuerdo a datos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).
El mismo trabajo cepalino revela lo que podría considerarse una obviedad: las tasas de feminicidio más alta están en los mismos países donde las tasas de asesinato son más altas al igual que el desempleo: el Salvador, Honduras y Guatemala, el llamado «triángulo del Norte”, con la sorpresa de que en esas posiciones figura también la República Dominicana y, en un llamado de atención para la izquierda bolivariana, Bolivia se agrega con el nada honroso primer lugar en Sudamérica. En el otro extremo está Perú.
En términos de análisis sociológico vemos que el trabajo realizado es mucho, pero se necesita mucho más, porque la violencia contra mujeres y niños va más allá de la pobreza –como lo demuestra el caso de los Scouts estadunidenses o de las iglesias- y no se puede entender como un proceso independiente del resto de desigualdades que viven nuestras sociedades desde hace siglos.