¿Se justifica sufrir en nombre del “amor” que se siente hacia otra persona? No sé en cuantos cuentos, novelas y canciones se relaciona el sufrimiento con el amor.
El otro día en mi programa de radio, “Entre Géneros”, hablábamos de las relaciones tóxicas, por supuesto la primera pregunta es ¿cómo es una relación tóxica?, ¿qué define a un amor como tóxico? El ejemplo fue muy claro, imagina que consumes un alimento en descomposición y te hace daño, así es como son las relaciones tóxicas por una u otra razón, por acción o por omisión, por presencia o ausencia, el resultado es que te hacen daño.
Una relación tóxica es aquella que por sus características, su dinámica o por la forma de actuar de uno o de ambos integrantes de la pareja, se vuelve dañina para uno o para ambos. En algunas hay violencia, lo cual, por supuesto, agrava la situación. En otras, la pareja o tú no actúan con la intención de lastimar, sin embargo, la dinámica que se establece sí les causa daño.
Algunas características de una relación tóxica son: miedo, desconfianza, celotipia, control y manipulación, acoso, discriminación o sometimiento, no hay libertad para crecer individualmente, la pareja controla tu vida e impide o limita que tengas otros vínculos importantes en tu vida.
Hay una continua situación de crisis o de incertidumbre emocional, a veces es caótica y en otras aparece la “Luna de miel”, para volver después a la indiferencia u otros tipos de violencia.
En una relación tóxica hay más discusiones que acuerdos, y los acuerdos no se respetan o no son equitativos. Es decir, estar en una relación tóxica es como vivir en una montaña rusa de emociones, se puede ser aparentemente muy feliz, pero también estar continuamente profundamente triste o asustado por lo que ocurra en y con la pareja.
Hay una fuerte dependencia emocional que dificulta la salida de la misma y que al mismo tiempo ata patológicamente a una persona en una relación sin vida, sin un futuro favorable o en una situación destructiva.
La persona que cree amar a otro en una relación tóxica puede, más que sentir realmente amor, haber generado un vínculo de temor y dependencia.
El amor maduro y saludable no exige que nadie sufra o haga sufrir a nadie.
Cuando una relación se torna conflictiva, cuando desgasta y exige que des más de lo que humanamente es posible, aun cuando te sientas devaluado, o porque tienes la idea de que no puedes vivir sin amor, entonces estás en el terreno de las relaciones tóxicas.
Una relación sana aporta a tu vida, te da libertad, sientes que tu pareja es tu cómplice, que juegan en el mismo equipo, que aun teniendo diferencias no pasaría por su mente la posibilidad de lastimarse uno al otro.
En una relación sana hay empatía: te duele el dolor de tu pareja y te entusiasma su alegría, si no hay empatía, si hay celos, envidia o rivalidad entonces la dinámica deja de ser saludable.
El amor propio es indispensable para amar a otro, lamentablemente a lo largo de la vida, sobre todo en los primeros 20 años, se nos habla más del amor romántico, tener pareja, amar a alguien y ser correspondidos que de amarnos a nosotros mismos y sabernos dignos de amor y respeto.
Se exalta más el sentirse feliz por encontrar un amor que por fomentar y fortalecer el propio. Si la consigna más importante fuese amarse a uno mismo y sentirse completo aún sin pareja, definitivamente no sufriríamos tanto en la búsqueda ni en la pérdida de una relación de pareja.
Si el amor propio es nuestro eje sabremos autorregularnos y poner límites claros y sanos en las relaciones, así como alejarnos cuando la relación dé las primeras señales de ser tóxica. Pasaríamos menos tiempo lamentando el desamor o suspirando por quien no nos ama.
Nos quedaríamos menos tiempo en situaciones que deterioran el autoconcepto, que devalúan lo que somos como seres humanos y jamás estaríamos dispuestos a perder la dignidad ni mendigar atención ni amor.
Pero el amor propio no siempre se cuida tanto, ni se alimenta desde el principio, hay claro, casos de personas afortunadas, a las que se educó con amor y se les enseñó a mirarse y tratarse con amor propio.
Otros tenemos que aprender después de haber pasado por alguna (o varias) historias o relaciones de desamor o tóxicas, experiencias con las que se entiende que no habrá amor sano hasta que no haya una gran dosis de amor propio.
Al sentir un profundo amor y respeto por sí mismo nos blindamos de entrar en relaciones tóxicas, porque la que tenemos con nosotros mismos no la es.
Si piensas bien de ti, si te quieres, si sabes que tienes todos los recursos para estar bien y enfrentar la vida, si no dependes patológicamente de otro, si puedes hacerte cargo de ti mismo, entonces te relacionarás por elección y no por necesidad.
Y de la misma forma podrás elegir terminar una relación o un sentimiento que te ocasiona más mal que bien.
¿Cuál es el estado de tu amor propio? Por difícil que resulte revisa la dinámica de tus relaciones, es necesario cuestionarse: ¿Son tóxicas? ¿Dependes emocionalmente de otros? ¿Prefieres estar en una relación en la que sufres con tal de no perderla? ¿Le tienes miedo a tu pareja?… estas y otras preguntas te pueden ayudar a determinar si tu relación es o no poco saludable o si su toxicidad ya te está dañando.
Hay instituciones en las que puedes solicitar orientación y apoyo, también te recomiendo asistir a psicoterapia… lo que hagas hoy para salir de una relación tóxica se devolverá a ti en relaciones sanas, estables y duraderas o en aprender y disfrutar de tu soledad sin la necesidad de estar en pareja.
… Recuerda que la primera relación tóxica a la que debes renunciar es a la que puedes tener contigo si no te quieres y cuidas.
Mírate con amor, enamórate de ti y después piensa en relacionarte amorosa y saludablemente con otra persona.
Amarse a sí mismo es una elección, un hábito, una disciplina, un estilo de vida que impacta en todas las otras relaciones y en las decisiones que tomamos con base en lo que creemos merecer. ¿Lo pensé o lo dije?
Quiérete tanto que nunca creas que no te mereces un buen y muy sano amor.
¡Un abrazo!
@Lorepatchen
Conferencista
Psicoterapia y Coaching.