En España, el jueves pasado el gobierno permitió que las personas salieran por primera ocasión en 50 días, lo hicieron de manera ordenada, claro que guardando la sana distancia y protegidas con tapabocas obligatorio. En días anteriores niños y niñas también pudieron salir a jugar un rato a los jardines.

Sergio Fanjul, periodista del diario El País, publicó un artículo titulado “¿Volver a salir? Preferiría no hacerlo”, donde habla del llamado síndrome de La Cabaña, en referencia a aquellos lugares azotados por muy bajas temperaturas y donde la gente en su cabaña encuentra abrigo ante las inclemencias del clima. Lo subí a mi página de Facebook y la verdad con sorpresa me enteré de varias amigas muy queridas que expresaron ahí su negativa a regresar a su vida de antes. Lo cierto es que, y como dice mi amiga Jareni, pronto hablaremos del antes y el después del coronavirus.

Así que me comuniqué con ellas y obtuve respuestas realmente interesantes que quiero compartir con ustedes.

Precisamente Jareni me decía que su vida no ha cambiado mucho ya que desde antes no convivía con la gente, “en mi casa me siento confortable, segura, si mi trabajo lo pudiera hacer desde ahí yo estaría feliz. A las mujeres nos aterra más lo que nos pueda pasar en la calle, que lo que nos pueda hacer el coronavirus, como la vía pública está desierta, si nos jalonean, no hay ni a quién pedir ayuda. Y es que como yo ya no tengo al agresor en casa, mi hogar no sólo se ha convertido en un refugio contra la pandemia, sino a la vez, también contra todas las formas de violencia”.

Mi amiga Lydia sí me dijo de plano que tiene miedo, – ¿Por qué? – le pregunte. – Pues porque, lo incierto me aterra, por ejemplo, que mi hija se quede sin trabajo. En la oficina donde laboro no hay manera de guardar la sana distancia, estamos frente a frente, con apenas centímetros de distancia. Cuando regresemos, bueno, yo estoy segura de todo lo que hice para evitar el contagio, pero no sé si mis compañeros tomaron todas las precauciones-.

En una muy buena platicada con Ninfa, me decía: “Es que eso de volver a convivir con gente estresada, todo el tiempo enojada, agresiva porque no le gusta su trabajo, porque no puede ganar más y con todo este bombardeo criminal del consumismo pues aún más frustrada, yo prefiero quedarme en casa. Ahora me doy cuenta de todo lo que no necesito, por ejemplo, los restaurantes, ahí se iba una muy buena cantidad de mis ganancias y ahora me he dado cuenta que con 200 pesos como durante dos días cocinando yo misma mis alimentos. La inseguridad que se viene es algo que tampoco me invita a salir. Ayer por fuerza tuve que ir a la farmacia, en un alto, un hombre se me acercó a pedir dinero, resulta que no traía efectivo, no le pude dar, el hombre se quedó parado junto a la ventanilla del coche como exigiendo que le diera algo, sentí miedo la verdad y es que eso se puede convertir en violencia en cualquier momento. De hecho, lo único que extraño, es el contacto físico, si esto se pone peor, yo creo que como en una película de ciencia ficción, nuestros nietos nos preguntarán ¿cómo era tocar a la gente, ¿cómo eran esos conciertos masivos donde había cientos de personas al mismo tiempo?”.

Por mi parte, yo, ciertamente lo que extraño es el contacto físico, me gusta abrazar y besar a mi familia, a mis amigas, pero no me da miedo volver a salir, vamos, estoy bien y me siento bien en ambos ámbitos, el doméstico y el público, los combinaba muy bien. Con la cuarentena he cambiado hábitos que me hacían daño, he contactado con gente con la que hace mucho no hablaba, vamos que me ha traído cosas buenas.

Coincido con los intelectuales quienes señalan que la pandemia y la cuarentena han hecho más evidentes las desigualdades en este país, literal nos han golpeado en la cara, creo también que el neoliberalismo vendrá por sus viejos fueros y que incentivará el consumo y la depredación de manera feroz.

Pero al mismo tiempo ver cómo los animales están retomando sus territorios, esos que les arrebatamos y observar cómo tanta gente está volviendo a sembrar en sus jardines y azoteas, al trueque, a preocuparse por las y los demás me da esperanza de que cuando todo esto termine, seremos mucho más los que cambiemos este mundo que los que insisten en que todo siga igual sólo para su beneficio y ambición.

 

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