Nadie supo cómo llegó. Simplemente, después de meses de cuidados, de uso de cubrebocas, gel antibacterial, sana distancia, el coronavirus llegó a mi vida. Y como lo dije en una de mis primeras colaboraciones, vino a cambiar mi vida totalmente.

Cuando el doctor te revisa y escribe en la receta la leyenda: “Diagnóstico: Prob. Covid”, sientes un escalofrío que te recorre la columna vertebral. La vida te cambia en un segundo.

¿Y ahora, qué sigue?

Los primeros tres o cuatro días solo era el malestar general del cuerpo, después, ya en cama vienen las crisis que provoca el virus en el cuerpo. El daño a los pulmones y la consecuente falta de oxígeno hacían evidente el daño que me estaba provocando el maldito virus que tiene al planeta de cabeza.

Noches de insomnio interminables, solo esperando ver el amanecer del nuevo día y pensar en dar gracias al Creador por haber sobrevivido un día más. Sin poder dormir, vienen a la mente los pensamientos más serenos, así como las locuras más descabelladas. Pensaba en la forma en que iba a morir, cómo sería mi funeral (que ni iba a haber). Reflexionaba sobre mi vida, los aciertos, los errores cometidos, los logros y todo lo que faltaba por realizar.

Repasaba mentalmente los nombres de mis familiares, amigos y otras personas que, a través de mensajes, llamadas o de mi hija, me expresaban su solidaridad, amistad, cariño, buenas vibras y oraciones. Inevitablemente, también repasaba los nombres de quienes nunca preguntaron por mi salud. Bien dicen que a los amigos se les conoce en la cárcel y en la cama.

Por supuesto que también oraba a Dios, para que me diera fuerzas y resistir el embate brutal de la enfermedad. Y al usar estos adjetivos no exagero. Al momento de estar escribiendo esta columna, estoy conectado a un tanque de oxígeno y así, 24 horas al día, con ejercicios de rehabilitación y medicamento.

Tengo la percepción que hemos tomado el riesgo de contagiarnos con el coronavirus muy a la ligera. Tal parece que los que se enferman y mueren están lejanos a nosotros. “A mí ni me va a tocar”, dicen muchos. Pero cuando los fallecidos ya son muy cercanos o tu familia misma, la cosa cambia – y mucho.

No es posible seguir leyendo mensajes en las redes sociales de: “Voy a bautizar. Me urge un salón pequeño para no llamar la atención. Urge.” ¡Qué insensatez nos invade! Cuando tenemos alrededor de 15 hospitales saturados en el estado y el personal médico está agotado al extremo.

Qué tristeza, rabia y coraje da saber que un bar operaba “a escondidas” con el acceso disfrazado de puerta de refrigerador. ¿Es así como los “empresarios” quieren lograr una recuperación de la economía? “Mientras no me descubran, gano dinero alcoholizando gente que ni me interesa. Total, si se contagian, se enferman y mueren, ni los conozco.” Tal parece que les leí el pensamiento a varios de ellos.

No quisiera concluir sin agradecer inmensamente todo el apoyo de mi hija Beth. Por azares del destino, le tocó cuidarme, vivir y sufrir muchas de las horribles crisis que pasé; me alimentó, pasó noches enteras vigilando mi salud y mil cosas más que desconozco, pero que me salvaron, literalmente, la vida.

De igual forma a mi hijo, quien regresó del extranjero para apoyarme, al igual que a toda la familia. También el amor y el respaldo incondicional de mi esposa, quien también enfermó y le tocó a más de 120 kilómetros de distancia enfrentar su propia lucha. El apoyo de mi madre y mis hermanas. De mi suegra, cuñados y sus familias. De amigos y vecinos. Al doctor Ángel Limón, quien me diagnosticó. Y al doctor Carlos Ávila, quien vino a ser un ángel de Dios para, también, salvar mi vida. De todos aquellos que elevaron una plegaria a mi favor. De corazón, ¡gracias!

Seguiremos en la rehabilitación, mientras tanto, extremen sus precauciones. Si tienen que salir usen cubrebocas, apliquen gel antibacterial en sus manos constantemente, no se acerquen o integren a multitudes. El virus anda en el lugar que menos sospechas.
Leo sus comentarios y experiencias.
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