Inaudito, increíble, inusual e incluso inaceptable los hechos acontecidos en el magnicidio del presidente de Haití Jovenel Moïse que se han convertido en un estigma que recorre al país caribeño en una racha de interminables sucesos de sufrimiento y dolor.
En todo caso, en una región políticamente convulsa como ésta, el deceso de un mandatario en funciones por las balas no ha sido nada común. Eso sí, para la sufrida nación haitiana, demasiado acostumbrada a las tragedias, el magnicidio de su primer mandatario parece lo único que le faltaba.
Se cuentan 15 desastres naturales en lo que va de este siglo. Apenas en 2010 el país caribeño fue golpeado por un sismo que dejó entre 100 mil y 300 mil muertos y devastó la infraestructura. Pese a la ayuda internacional que ha fluido en años recientes, Haití no ha logrado emerger de la categoría de país más pobre del hemisferio.
El asesinato se produjo en un contexto de grave crisis política y aumento de la violencia armada a manos de pandillas que dejó un centenar de muertos el mes pasado. Apenas el lunes 05, Moïse había nombrado a un nuevo primer ministro, el sexto en su periodo, que, por cierto, había fenecido formalmente el 07 de febrero de este año.
Los hechos que llevaron al homicidio de Moïse no son del todo claros. Lo que se sabe es que un comando formado por hombres hispanos y angloparlantes –aparentemente mercenarios– penetró de madrugada en su residencia, haciéndose pasar por agentes de la DEA estadunidense, y le dieron muerte.
Elegido presidente en 2017, Moïse sucedió a Michel Martelly, quien a su vez recibió el poder de René Préval. Luego de la dictadura de los Duvalier, padre e hijo, entre 1957 y 1986, Haití batalló con crear instituciones democráticas. Sus primeras elecciones de ese periodo, las de 1988, llevaron a un golpe militar y a los regímenes de facto de los neoduvalieristas Henri Namphy, Prosper Avril y Hérard Abraham. En 1991, luego de una serie de conversaciones auspiciadas por Estados Unidos, fue elegido el sacerdote Jean-Bertrand Aristide, derrocado al año siguiente y reinstalado por Washington mediante una intervención militar en 1993.
Reelegido en 2001, Aristide cayó de la gracia de sus protectores internacionales cuando se acercó a la Cuba de Fidel Castro y luego enfrentó una resistencia política y armada que lo hizo huir a África en 2004.
Es lamentable que siendo Haití un hito en la historia de América Latina este pasando por momentos tan tristes, el país caribeño fue la segunda nación libre del continente, y se convirtió en un símbolo al considerarse su revolución independentista como la primera y única de esclavos afroamericanos, en general fue un hito en la historia.
La insurrección se gestó entre 1790 y 1804, y estuvo marcada por revueltas de las cuales solo una logró su cometido en 1804. Pero vale la pena resaltar, desde los rincones de la historia latinoamericana, la solidaridad de Haití con las nacientes repúblicas independientes de América. Muchos se preocuparon sobre el efecto que tendría la revolución haitiana en su sociedad. Otros, en cambio, la vieron como una esperanza.
Ahora como nunca antes resuenan las palabras del músico haitiano Amos Coulanges hechas a la televisión francesa: “Nuestro país está sentado en un barril de pólvora que va a volar, pero no se sabe cuándo”.
¿Tú lo crees?…. Sí, yo también y es lamentable.