“Gloria eterna a los héroes que cayeron en la lucha contra los invasores alemanes fascistas por la libertad y la independencia de la Unión Soviética”. La inscripción del monumento, no tendría nada de particular en Moscú, San Petersburgo (antes Leningrado) o Volgogrado (antes Stalingrado), ciudades que resistieron estoicamente la invasión nazi por más de tres años.
Sin embargo, resulta sorprendente saber que el memorial soviético no se levanta en territorio ruso, sino en una de las más hermosas avenidas de Berlín llamada 17 de junio –en honor a los alemanes orientales que en 1953 se manifestaron en contra del régimen comunista y fueron reprimidos a sangre y fuego por las autoridades locales y el ejército soviético-.
El monumento fue construido en 1945 con mármol de la devastada cancillería de Hitler, construida por su arquitecto y ministro de armamentos, Albert Speer, en 1938. Se edificó sobre la avenida 17 de junio, dentro del célebre Tiergarten –un parque de grandes dimensiones que luego de su destrucción, en 1945, recuperó sus aires de bosque silvestre-, y a unos metros del Reichstag. Con la división territorial de Berlín después de la guerra, la zona quedó bajo la administración de la Unión Soviética y durante años sus soldados se encargaron de custodiar el memorial.
A pesar de la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana (1989-1990), el memorial construido por los soviéticos permanece en su lugar. El sitio es cuidado y respetado por la sociedad, aunque recuerde la presencia soviética desde 1945 y los excesos en que incurrieron tanto en el asalto final a Berlín en abril de 1945, como los terribles años de la guerra fría.
Los berlineses decidieron darle vuelta a la página de su historia reciente, dejar de lamentarse por el pasado y ya no llorar a sus muertos. Habría que preguntarse cuál sería la reacción de la clase política mexicana y del resto de la sociedad, si se erigiera un monumento a Maximiliano en pleno Paseo de la Reforma o un obelisco para conmemorar las hazañas de Hernán Cortés -sólo por mencionar a dos personajes que siguen generando polémica-.
Los mexicanos no hemos sabido confrontar nuestra historia y darle vuelta a la página. Frente a ejemplos como el de Berlín, parece ridículo lo sucedido al comenzar el siglo XXI, cuando el primer mandatario de nuestro país pide (quizá incluso pensaba exigir) a la monarquía española que externe un perdón al pueblo indígena de México por las arbitrariedades acontecidas durante la conquista de Tenochtitlan hace 500 años, sí efectivamente hace medio milenio, y no queda ahí el asunto ya que también a la iglesia católica se le exhorta hiciera lo mismo.
Sin embargo al parecer ni la corona española ni el representante de la iglesia católica, el papa Francisco, hicieron público su arrepentimiento. Para México el pasado no ha pasado, sigue vigente y las heridas lejos de superarse dejan un hondo estigma irreparable. ¿Hasta cuándo continuarán abiertas? ¿Cuándo el pueblo de México hará las paces con su pasado sin juzgarlo tan solo asimilarlo y aprender de él?
¿Tú sabes cuándo México aprenderá del pasado y se dirigirá hacia el futuro?
¿Tú lo crees?… quisiera pensarlo.