Después de una revaloración histórica se ha optado porque sea removida la estatua de Cristóbal Colón de paseo de la Reforma, si bien el personaje tiene muchos claroscuros y no creo que sea merecedor de alabanza incondicional, la sustitución por una representación de una mujer indígena quizá no sea la solución ya que se buscan cambios de fondo no solo de forma.
Ojala que los cambios sean más profundos y no solo se queden en un bonito monumento que adorne la ciudad de México, solo eso, un adorno más. La reivindicación de la mujer es importante, urgente y necesaria. Recordemos la interpretación que se tenía acerca del sexo femenino en el siglo XIX, en donde las mujeres eran clasificadas a tal grado que incluso se daban sugerencias para poder entablar una relación duradera y estrecha con una de ellas.
La aguda observación parecía ser la llave mágica de la felicidad. El hombre debía mirar con detenimiento a la mujer. Apreciar cada uno de sus movimientos, adivinar sus expresiones.
Sólo así, a través de la mirada, podría garantizar la elección adecuada de la bella dama con la que compartiría el resto de su existencia. El método parecía fácil, tanto, que El Diario del Hogar, en su edición del 12 de junio de 1883, otorgaba a sus lectores masculinos una clasificación de la mujer que provenía de una metódica observación del bello sexo. Según el periódico fundado por Filomeno Mata, “las jóvenes a quienes gustan los pájaros, son por lo regular afectas al canto y a la música y tienen un fino oído musical”. Había otras muy dedicadas con esmero a la conversación y amena charla, cuyo amor por loros y pericos era una característica de su personalidad. Pero además, según la clasificación, dichas mujeres “eran amigas del lenguaje disparatado de los niños y de la murmuración”.
Si el hombre no buscaba la voz de la palabra sino la voz de la pasión no tenía más remedio que buscar mujeres que gustasen de los niños y fueran afectas a mimarlos, ellas sin lugar a dudas “eran propensas a los placeres del himeneo”. El panorama se ponía oscuro si la novia en cuestión aborrecía a los niños y se desquiciaba con sus llantos. Aunque podían derretir la mirada masculina con su belleza, ¡cuidado! decía el periódico, “no han nacido para el hogar y les gustaría mejor ser cortesanas”.
Había de todo, como en botica. “Las que aman el lujo y el exceso en el atavío, desean encubrir la falta de cualidades morales de que su conciencia las acusa. Las que son descuidadas en su aseo personal, indican mucha ligereza de carácter y poca estimación de sí mismas, y ven con indiferencia su honor”. ¿Cómo era entonces, la mujer perfecta? El Diario del Hogar daba su respuesta contundente:
“Las que son aseadas y limpias y amigas de la laboriosidad y de la instrucción, harán buenas madres de familia, excelentes esposas y amarteladas hijas. De éstas son de las que deben buscarse cuando un hombre desea casarse para ser feliz”.
Aunque el artículo no lo señalaba, a su autor le faltó expresar lo que sin duda es una verdad, cualquier mujer tiene la virtud de iluminar los ojos del hombre.
¿Tú lo crees?… Yo también, sí sin duda.