Este año cambió mi visión de la muerte y la de la vida mucho más…

Hace unos meses me contagié de COVID-19, en algún momento el doctor consideró que mi situación de salud era grave, estuve cinco semanas utilizando un contenedor de oxígeno, que afortunadamente fue suficiente mientras el tratamiento hacía efecto en mi organismo, no sé si fue suerte como alguien me dijo o si tuve una segunda oportunidad, en ambos casos lo agradezco infinitamente.

A pesar de que mi hija también había dado positivo a COVID-19, en su caso fortuitamente fue muy leve e igualmente creo que no le dio más oportunidad a sus propios síntomas, puesto que fue quien estuvo cuidándome, tiempo después, al realizarnos la prueba para ver si habíamos desarrollado anticuerpos (justamente el día de su cumpleaños) hasta entonces, regresando a casa, entre lágrimas, pudo decirme que llegó a pensar que tal vez yo no llegaría a esa fecha, comprendo y lamento la preocupación y la tristeza por la que debe haber transitado en ese tiempo y celebro, agradezco y honro lo inteligente y fuerte que emocionalmente fue, siempre me he sentido orgullosa de la persona e hija que es.

Cuando pensé en la posibilidad de morirme, tal como lo dicen quienes han vivido una experiencia así, gran parte de mi vida pasó por mi mente y es ahí cuando uno comienza a negociar con la vida.

En mi caso, con mis creencias religiosas le supliqué a Dios que me permitiera vivir otros años más para seguir cerca de mi hija y porque igualmente tuve más claro que nunca cuanto me gusta estar viva, pensé en las personas que quiero y me quieren, en mis pacientes… Esa noche también entendí perfectamente que si bien entonces existía la posibilidad de morirme a causa de lo que esta enfermedad estaba ocasionando en mi cuerpo, igual la vida puede terminar en cualquier momento, por diversas circunstancias.

Ayer justamente, después de varios meses de aquella experiencia llegó a mis manos una frase que alguna persona compartió en redes sociales trayendo a mi memoria lo que comprendí aquella vez, la frase es de la psiquiatra y una de las mayores expertas en procesos de muerte y duelo, Elisabeth Kübler-Ross: “Solo cuando realmente sabemos y entendemos que tenemos un tiempo limitado en la tierra, y que no tenemos manera de saber cuándo se acaba nuestro tiempo, entonces comenzaremos a vivir cada día al máximo, como si fuera el único que tenemos” y es cierto, estoy convencida de que el aceptar e integrar que somos finitos nos invita y nos exige existir plenamente.

Hace poco le comentaba a una persona que vivía la pérdida de su madre que efectivamente la muerte de un ser querido es uno de los dolores más grandes que un ser humano puede experimentar, y le decía que si en algo podía ayudarle, deseaba compartirle que precisamente por experiencia propia sé que lo que más preocupa ante la posibilidad de morir es que quienes amamos vuelvan a sentirse felices pronto, que no posterguen nada que les haga bien, tenerlo en cuenta quizá pueda abrir la puerta para decir adiós con amor y abrazarse a la vida para enaltecer la propia existencia y la de quien ha partido.

La muerte llegará algún día y ojalá hayamos vivido suficientemente bien para recibirla en paz, mientras tanto, la vida está aquí y ahora, ¿qué elegiremos hacer cada uno para honrarla, agradecerla y celebrarla en el día a día? Entre otras decisiones, hay dos que para mi son indispensables: buscar no quedarse en deuda ni con quienes amamos ni con la vida, dando hoy todo el amor qué hay y cumplir las promesas que hacemos cada vez que tenemos una nueva oportunidad de continuar.

Gracias vida, por estar aquí… ¿Lo pensé o lo dije?

Comparto esta experiencia con gran cariño y respeto para las personas que han transitado por esta enfermedad y para quienes se encuentran elaborando el duelo por la pérdida de un ser querido, un fuerte abrazo.

@Lorepatchen

Psicoterapia presencial y en línea.