Mónica Teresa Müller
El artículo de un diario argentino de hace veinte años atrás, es el detonante para que se encienda la cámara y proyecte las imágenes de una historia; es una de muchas, de muchos lugares, es la realidad contínua, es la pobreza, quizá, la que la crea o el afán de estar mejor, pero sin dudas, es por la vileza del delincuente que se multiplica.
La luz del Faro de Punta Médanos, el de cien años de historia, atrae la mirada de Andrey Vasiliev; piensa que la pena capital que lo espera en la Rusia natal se desvanece y será tan solo un recuerdo del pasado. En Buenos Aires soplan vientos nuevos, y él, en esa ciudad, es un inmigrante que recibe bonanza. Conoce bien el trabajo que le asignaron y lo cumplirá. Es el costo de su libertad .y de su vida. Saca pecho y se fortalece. Espera envuelto por las sombras del bosque.
El espejo del agua es un ojo gigante de las ninfas del océano, que vigilan la profundidad, custodian lo que sucede a su alrededor y mecen las olas con cantos marinos.
En el horizonte, una gigantesca embarcación se aleja, mientras, otra de goma trata de evitar el banco de arena.
En el corazón de la barca, Jare tiembla. No es solo el frío viento que la hace tiritar, piensa en su pueblo natal de la República Dominicana. Está lejos de los afectos, sola en un país que desconoce. Cree que los ahorros logrados en dos años de trabajo, fueron bien gastados en el pasaje.
Navega en el bote con sus compañeras de viaje, porque le han dicho que el barco encalló, pero lo ve partir de regreso. No comprende, qué sucede. Por primera vez siente el estremecimiento del miedo. Entonces, la escena de la despedida golpea y acelera su corazón; las palabras entrecortadas por el llanto de su hermana, retumban y abofetean su inconsciencia: “Jare, ten cuidado, recuerda las jóvenes dominicanas que emigraron a la Argentina, víctimas de…”, queda tensa, se resiste, pero sabe de la pobreza de su familia y de la oportunidad de trabajo que le ofrece la señora. Intenta creer que no es un espejismo.
Desde la orilla, Andrey vislumbra el bote. Reconoce que éste trabajo no va a ser uno más.
La barca se acerca a la costa. Él descubre a Jare, su piel es un ópalo de fuego sobre el azul del Atlántico. “Presiento que será mi elegida”, murmura.
La mujer que las contrató para trabajar en Argentina tiene algo en la mano derecha. Jare está tiesa, semeja un pájaro herido en busca de manos redentoras, la mira y percibe que sus sueños ya no le pertenecen. El mareo la atrapa y el eco de las palabras de su hermana, retumban: “Jare, cuidado…”. De pronto, todo aparece confuso, un canto surge desde el agua y una ola gigantesca se adueña del bote. Andrey Vasiliev queda sólo, cercado por las sombras del bosque, derrotado.