“Pronto ocho, pronto nueve”, decía mi suegro, el Profr. Ildefonso Vargas Montiel, cuando alguna cosa debía hacerse rápido o, incluso, en ese momento. Desconozco el origen del dicho, pero era uno de los muy característicos que usaba frecuentemente.
El “Profe Foncho” era una persona muy querida y reconocida en el pueblo de Lolotla; no solo ahí, debido a su amplia trayectoria magisterial, innumerables profesores y gente del pueblo le pidieron que fuera padrino de bautizo, de confirmación, de término de algún ciclo escolar, etc.
Una maestra llegó a decirle en tono de broma que, había de poner una manita adherida al parabrisas de su famoso “vochito” rojo, con la leyenda: ¡“Adiós compadre!”, ya que no había pueblito o ranchería donde no tuviera algún compadre.
Recuerdo las largas e interesantes charlas de sobremesa, donde nos platicaba de sus experiencias en el estado de Veracruz, en diversos pueblos del área de Huayacocotla y, finalmente, en el pueblo de Palo Bendito. En esos tiempos no teníamos idea de cuánto las íbamos a valorar con su partida.
En la política, llegó a ocupar el cargo más alto para un ciudadano en su pueblo, Presidente Municipal de Lolotla, Hidalgo. También fue el Comisariado Ejidal de los bienes comunales del pueblo, presidió y participó en los comités de mejoras materiales de la Parroquia de Santa Catarina, de Salud y, prácticamente en todo lo que tenía que ver con mejoras para el pueblo.
Integró, en su momento, el grupo de guitarras y cuerdas “La Bella Época”, interpretando hermosos y conocidos valses, así como composiciones de músicos locales. Destacaba el vals “Un saludo a Lolotla”, creación del músico molanguense Jesús Acosta Vargas. También, por un tiempo, se integró al mariachi “Lolotla”, difundiendo la música mexicana.
Un hombre de carácter recio; tal vez no era tan notorio, pero cada uno de sus actos era movido por el gran amor a su esposa y a los cinco hijos que procrearon. Se fue dejando a diez nietos y cuatro bisnietos.
El 18 de diciembre de 2020 el Covid y sus secuelas terminaron con su vida en el plano terrenal. En la iglesia del pueblo no hubo el tradicional “doble” de campanas que acompaña y anuncia la partida de uno de los hijos de Lolotla. Solo cuatro de sus nietos pudieron acompañarlo hasta su última morada, en una noche oscura, horrible, lluviosa.
Pero todo eso, aunque duele mucho, no fue necesario para él. Su legado, su ejemplo, su trayectoria, su humanismo y las férreas convicciones con las que vivió se quedarán por mucho tiempo con su familia, sus amigos y la gente que tuvo la dicha de convivir con él.
Los que somos creyentes sabemos que no confió en los bienes terrenales, sino que construyó un hogar en el más allá, en la presencia del Ser Supremo, donde confiamos que se encuentra.
Hoy, al cumplirse un año de su partida, me atrevo a ser el portavoz de su familia entera y decirle: “Gracias, gracias por todo lo que nos enseñaste, nos corregiste, nos pusiste el ejemplo. Gracias al esposo, al padre, al abuelo, al tío, al suegro. Gracias a la vida que nos ha dado tanto.”

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