Matices y claroscuros
Salvador Franco Cravioto
La distribución natural no es justa ni injusta; ni es injusto que las personas nazcan en la sociedad en alguna posición en particular. Estos son simplemente hechos naturales. Lo que es justo es injusto es la forma en que las instituciones se ocupan de estos hechos.
John Rawls
La socialdemocracia es con alta probabilidad y hasta hoy quizás el sistema político más objetivo, respetuoso y garantista de la mayoría de los derechos humanos para la mayoría de las personas, esto por poseer un tipo evolucionado de estado liberal y social que opera mediante un modelo de económico que, si bien es de libre mercado, se articula eficazmente al Estado de Bienestar con mecanismos públicos y efectivos de justicia social, igualdad de oportunidades y protección de sectores estratégicos, principalmente en el ámbito de la seguridad, la justicia, la salud, la seguridad social y la educación para el ciudadano común, en un plano que armoniza la libertad y la igualdad para todos, lo que lleva alcanzar altos índices de desarrollo humano. Siguiendo su ejemplo, cualquier gobierno del mundo cumpliría con su deber tan sólo siendo capaz de cumplir los mandamientos de seguridad, justicia, educación, salud y una seguridad social que con todo aquello garantice mediante la calidad de lo público un mínimo de dignidad, libertad e igualdad de oportunidades para todo ser humano sin excepción ni exclusión.
Y es que en definitiva, uno de los mejores aspectos del socialismo -teórico y práctico- de tipo democrático occidental, es que en diversos países -principalmente algunos del norte de Europa- ha conseguido garantizar sistemas de salud pública universales, dignos y de buena calidad. Con ellos el ciudadano común de estos lares al menos no tiene tanto miedo -en su persona como en su familia- de enfermar e inclusive morir por falta de recursos para la atención médica, tratamientos, el abasto de medicamentos, o bien para pagar cada vez más costosos e inasequibles seguros médicos o cuentas de hospitales privados. Lo mismo acontece con sus sistemas de educación pública, que bajo una tesitura similar de universalidad y gratuidad pagada mediante los impuestos de todos permiten el acceso por igual a todos los niños y jóvenes mediante instituciones públicas de educación básica -y en algunos casos hasta superior y universitaria- de la misma calidad; algo así como si en México recibieran prácticamente la misma educación un niño o niña indígena de Chiapas que los hijos de un acaudalado empresario o empresaria regiomontanos.
El camino en el siglo XXI y con buenos ejemplos de Estados de Bienestar parece simple, pero la naturaleza humana en lo hace complicado en la mayoría de países del mundo y para la mayoría de seres humanos. En teoría, bastaría simplemente que los poderes fácticos, grupos sociales y gobiernos tuvieran la voluntad de hacer cumplir lo estipulado por ellos mismos en los pactos internacionales ya existentes de Derechos Civiles y Políticos; y Económicos, Sociales y Culturales. Entonces habría en el mundo más resultados, menos debates, los problemas de fondo estarían en el adelanto de estadios de mayor civilización y los debates que hubiere se centrarían meramente en detalles de forma y perfeccionamiento de la justicia y las instituciones democráticas.
Pero esto se antoja todavía complicado con las actuales reglas del juego económico, político e ideológico, que son los tres poderes que trazaba el jurista, politólogo y iusfilósofo italiano Norberto Bobbio; esto sumado a una sociedad que se encuentra profundamente alienada y enajenada por tales poderes, sin saber que toda dogmatización ideológica lleva inevitablemente a la polarización. Las llamadas redes sociales y los medios masivos nos inundan cada día de esto; empero, a pocas personas interesa la objetividad y mesura del libre pensamiento crítico y el discurso serio, argumentado y fundamentado, donde los negros y blancos no existen, sólo los grises, los grados, las calidades y las tonalidades. Definitivamente hace falta más cultura política y civismo y menos coyuntura y política mediatizada. Nuestra evolución social sigue en movimiento y no debemos perder la esperanza de llegar a vivir en un mundo mejor que este, una cuestión que depende lo mismo de la conciencia y voluntad ética del poder, que de la del ciudadano común.