Matices y claroscuros
Salvador Franco Cravioto
Brasil es una de las diez economías más importantes del mundo,
pero esto de poco ayuda si no hay democracia social ni políticas
de distribución del crecimiento para evitar que el dinero siga en
manos de pocos y el pueblo siga ignorante, pobre y desnutrido
Lula da Silva
Aun cuando nos sintamos -como decía el poeta Rimbaud- “absolutamente modernos”, declarar derechos en el siglo XXI sigue siendo un ejercicio de abono a un enorme catálogo de utopías y buenas intenciones, que muchas veces y en la mayoría de países van más allá de la realidad. Así como la democracia -en concepción de Churchill- no es el mejor sistema de gobierno pero si el mejor de cuantos han sido posibles hasta ahora, la socialdemocracia es con suerte un modelo político – económico de garantías amplias para satisfacer la dignidad, la libertad y la igualdad que configuran el sustrato de los derechos humanos del mundo actual.
Tanto el comunismo o el llamado socialismo real como el Estado Neoliberal fallaron. Roosevelt, Wallace y los autores del Plan Marshall fallaron también por presiones del gran capital en la instauración constitucional de la socialdemocracia en Estados Unidos, pero la consiguieron para ciertas naciones de la Europa occidental aliada, entonces destrozada tras la guerra, pero con voluntad urgente de reconstrucción bajo grandes acuerdos nacionales que pronto se lograron mediante el cobijo político e intelectual de patriotas de la talla de Willy Brandt, Helmut Schmidt y muchos otros. Curiosamente, en Gran Bretaña el Estado de Bienestar fue construido por la izquierda laborista y la derecha conservadora; la primera lo inició y la segunda lo consolidó por presión social y conveniencia electoral (Cárdenas Gracia, 2017)
Los derechos humanos por su parte están llamados a ser un factor de equilibrio ideológico, mediante el balance y contrapeso de los altos principios y valores éticos que enarbolan. No obstante, su realización plena no es una tarea fácil. Y es que los derechos humanos son claramente -al igual que la democracia- un paradigma occidental, pero en ningún caso deben convertirse en una ideología ni en un dogma, sino en una forma de razonar la dignidad humana con base en normas humanizadas e inspiradas en altos ideales, cuestión que el modelo de Estado Socialdemócrata permite cuando se construye sobre la base institucional de un Estado fuerte, sólido e inclusivo con respecto a los derechos de todos sus habitantes.
Es posible que la madurez de un Estado, sea cual sea el momento cronológico en que su sociedad y gobierno la alcancen, se configure a través de alguno de estos modelos históricos de Estado Social, de Bienestar y Socialdemócrata. Por mientras en México y toda Latinoamérica hay mucho por superar, al tiempo en que las tribus políticas, económicas y sociales se enfrentan en la lucha ideológica que representa la verdad en la que creen y el modelo de país que buscan a toda costa defender.
Al final, como decía Emma Goldman, “cada intento de hacer un gran cambio a las condiciones existentes, cada noble visión de nuevas posibilidades para la raza humana, ha sido siempre etiquetado como de utopía”.