Matices y claroscuros
Salvador Franco Cravioto
La democracia es un sistema de gobierno
que no se presta a definiciones precisas
porque en cuanto se pretende definirlo
o no se dice gran cosa o se acaba
por decir demasiado

José Ferrater Mora

Las soluciones simples a problemas complejos, que en cierta óptica no son a la vez tan complejos, mas si de una solución que a veces suena más como ilusión o cura utópica -concatenadas a los intereses reales, superficialidad, banalidad y dispersión tanto de la clase política global, como de la ciudadanía misma y la mayor parte de poderes fácticos y formales en general-, marcan un acelerado signo distintivo muy evidente que caracteriza una nueva época para nuestra civilización, en medio de una sociedad de la información mal llamada por algunos “del conocimiento”.

Los sistemas políticos, lo mismo que los gobiernos del mundo parecen tener cada día más dificultad para resolver -sea por razón de voluntad o por posibilidad real- los problemas profundos de la humanidad y sus sociedades. Dice Román Kznarik que por esto “necesitamos reinventar a la democracia”, un concepto político tan confuso, malentendido, manipulado y prostituido, con tantas acepciones correctas, parciales o aproximadas, como posibilidades de ser desestimada por considerarla utópica o ajena -desde la antigüedad y para algunos- a ser el mejor método o sistema diseñado hasta hoy por la civilización para encontrar y aplicar soluciones duraderas y satisfactorias a los problemas más hondos que padecen las sociedades y que les impiden ser más avanzadas, lo que sea que esto signifique.

“Muchos políticos a duras penas ven más allá de las próximas elecciones y reaccionan de acuerdo a la más reciente encuesta de opinión o tuit”, apunta Kznarik. “Los gobiernos prefieren soluciones rápidas, como encarcelar más criminales en lugar de abordar las causas sociales y económicas más profundas del crimen. Las naciones discuten alrededor de mesas de conferencias, enfocándose en sus intereses a corto plazo, mientras que el planeta arde y las especies desaparecen”. A la vez los medios y redes por igual abordan banalidades inofensivas y las hacen el ojo del huracán, encontrando ofensas donde no las hay y obsesionándose hasta el cansancio con temas estúpidos que vuelven del dominio público, a veces con el fin de fomentar el odio, la discordia y la guerra de ciudadanos contra ciudadanos, mientras las élites comen en paz viendo como sus seguidores pelean y las hacen más fuertes, ricas y poderosas.

“¿Habrá un antídoto a esa tendencia?” Kznarik admite que hay fallas en los sistemas democráticos, por ejemplo, su actual codependencia de los ciclos electorales y del voto ciudadano, de las estridentes redes sociales y de los medios de comunicación para validarse a sí misma, mientras el gatopardismo hace gala de estar apuntalando legislaciones y acciones que sólo sirven para hacer parecer que las cosas cambian, cuando lo importante sigue igual o hasta se desvanece o degrada hacia peores estadios. Por otro lado hay una codependencia también con los que a partir de los años 70 se le llamó el “ciclo económico político”, mediante el cual los poderes fácticos -principalmente las corporaciones y grandes capitales y empresarios-, comenzaron a “usar al sistema político para asegurarse de obtener para sí mismos beneficios a corto plazo, mientras transfieren los costos a largo plazo al resto de la sociedad”, que paradójicamente no son las minorías sino las mayorías y algunas minorías dentro de esas enormes mayorías de seres humanos.

Otra falla actual es que la democracia depende, como parte de ese “ciclo económico político” de la que es rehén, del financiamiento de las campañas electorales de los actores políticos que sirven a las élites para establecer gobiernos demagógicos, excesivamente tecnocráticos, oscuros y gatopardistas, a modo de gerencias de una corporación más llamada Estado, puesta como bisagra al servicio de sus propios intereses; con reyes, presidentes, primeros ministros, gobernadores provinciales, alcaldes, juzgadores y representantes parlamentarios que en la mayoría de los casos están muy lejos de ser representantes populares y verdaderos servidores públicos y, en la realidad, operan más como CEO´s o consejos de administración de una súper compañía o corporación multinacional.

En tal sentido, la democracia representativa, con su respectiva y actual partidocracia que en muchos casos se impone sobre aquella, tiene para Kzarnik en esta falla la más profunda: que “sistemáticamente ignora los intereses del pueblo futuro”, pero también presente. “Los ciudadanos están desprovistos de derechos”, no hay “en la gran mayoría de los países” quien represente “sus preocupaciones” ni abandere, más allá de discurso o de las banalidades de la corrección política, la posibilidad real de una vida mejor y más digna, con mayor justicia social y bienestar para todos, con una mejor humanidad que haga que merezca más el ser vivida y que llene de ánimos a las generaciones que vienen.

Continúa…