Por: Mónica Teresa Müller

 

El clima de trabajo en el canal de televisión se notaba alterado. Sentada en el sillón director, una muchacha trataba de pasar desapercibida, pero la noticia de su presencia había trascendido, todos sabían que la que estaba allí era Aina, la gitana que debía casarse con el destinado para ella por su familia. Chucho no era mal hombre, pero tenía veinte años más que la joven y como el corazón de Aina latía por Alfonso, había decidido presentarse en el canal para decirle al mundo que no pensaba asistir a la boda, que beng lo había planeado para que ella no fuera feliz.
Alfonso era su amor, pero no era gitano y por eso sabía que su tribu lo rechazaría. Aina sentía que la suerte la había abandonado. Trató de serenarse mientras observaba; todos se movían con apuro y acomodaban el mobiliario. La joven miró las cámaras que estaban a la espera de una palabra para encenderse. De pronto, sintió miedo de exponer que no quería casarse con Chucho. Aterrada presintió que la sombra de muló vagaba por el sitio.
La llamaron para que pasara a los camarines. La esbelta figura caminó por el pasillo en dirección a la sala de maquillaje; el vaivén de las monedas de oro de los pendientes y el delicado andar, le permitieron dejar muestra de su encanto.
Cuando la maquilladora inició su trabajo, el espejo ubicado frente a ella le permitió ver una foto de Alfonso, en el marco.
–¿Le puedo hacer una pregunta?- inquirió Aina a la mujer, quien asintió con un movimiento de cabeza.
–¿Éste es el camarín de Alfonso?- preguntó con tono de voz bajo como si temiera ser oída.
–Sí- le contestó la mujer y continuó- es su camarín y está por llegar, es la hora.
Aina concentró los ruegos a la Virgen de Amudena: “Una cosa te pido, Virgen de mi vida, envíame una señal para que yo sepa si el camino elegido es el correcto, más allá de mi amor, no quiero que alguien sufra por mi equívoco.”
Regresó al estudio mayor, pensó en Alfonso, el galán de telenovelas, el amor de su vida. Se sorprendería al verla porque no le había dicho que iría al canal, sería una sorpresa.
Cuando el asistente le daba indicaciones, descubrió la figura de su hombre, que al verla frenó el andar y quedó estupefacto. Avanzó con la mirada fija en los ojos de ella, que parecían sonreír en un gesto angelical.
“Es mi hombre, criollo, pero mío Es una braza que enciende el deseo de ser su mujer”, pensó Aina. El hombre se acercó. Ella extendió los brazos para agarrarle las manos con un movimiento amoroso, entonces la joven recibió la señal de la Virgen y tembló como si un churará invisible se hubiera clavado en su pecho.
Las monedas de oro brillaron menos que la traición de Alfonso, la que lucía en el anular de su mano izquierda.
Palabras gitanas en Romanes: beng: diablo/ churará: cuchillo/ muló: muerte o muerto.