Lucía Melgar Palacios

Hay libros duros, dolorosos y esperanzadores a la vez. Son aquéllos que exponen realidades difíciles, problemas que por falta de interés no se resuelven y que, al mismo tiempo, muestran la capacidad de resistencia de las poblaciones afectadas, su lucha contra la adversidad. Mexicanas en pie de lucha. Reportajes sobre el Estado machista y las violencias (2022) es uno de éstos. Coordinado por la reconocida periodista Nayeli Roldán, este conjunto de seis voces destacadas en la investigación periodística expone un panorama demoledor de las dificultades que han afrontado y afrontan las mujeres en un país donde el Estado les ha dado la espalda y ha favorecido la agudización de la precariedad, la pérdida de oportunidades y la violencia machista, antes y durante la pandemia de Covid-19.

Los problemas que dificultan la vida y el desarrollo personal de las niñas y mujeres en México no son nuevos, tampoco lo es la falta de políticas públicas acordes a la magnitud de los hechos, demostrados en estadísticas y documentados en los medios. En éste y otros espacios se ha dado cuenta del impacto de la ausencia de coordinación institucional, de voluntad política y estrategias adecuadas para frenar la violencia contra las mujeres y niñas, mejorar la educación y el sistema de salud, ampliar oportunidades laborales y garantizar los derechos humanos de todos, de ellas en particular. Lo que las autoras exponen aquí, sin embargo, tiene particular fuerza porque muestran cómo bajo el gobierno actual ni siquiera la emergencia sanitaria llevó a reconsiderar medidas y discursos errados, mientras que las mujeres persisten en su lucha por salir adelante y no sólo sobrevivir.

Con datos, testimonios, rigor y sensibilidad, las autoras analizan la falta de apoyos para las mujeres trabajadoras, la reducción de presupuestos a programas que deberían ser prioritarios (como las estancias infantiles, las escuelas de tiempo completo, los refugios, la prevención de la violencia) y la demolición de puentes con la sociedad civil organizada (como la desaparición de Indesol o el rechazo al diálogo con ONGs), y exponen cómo, junto con la denostación del feminismo y la negación de los hechos por parte del Ejecutivo y su gabinete, estas medidas de falsa “austeridad” han repercutido en la vida material, psíquica y personal de mujeres de todas las edades.

Daniela Rea, cuya singular sensibilidad le ha permitido acercarse tanto a soldados como a víctimas de atrocidades, muestra cómo el confinamiento obligó a jóvenes y madres de familia a abandonar la escuela o un trabajo estable para ocuparse de hermanos/as o hijos/as y suplir la inexistencia de servicios de cuidado, el cierre de escuelas y guarderías. Si ya los estereotipos de género han cargado a las niñas y mujeres con trabajo no pagado, la exaltación de los roles tradicionales en el discurso presidencial y sobre todo la ausencia de alternativas contribuyeron a un retroceso de una década en el camino a la igualdad.

Esta marcha atrás es particularmente inaceptable cuando se recuerda, como documenta Claudia Ramos, que logros como la Cumbre de Beijing o la creación del Instituto de las Mujeres se dieron gracias a la lucha de activistas y académicas, en alianza con mujeres de poder, de distintos partidos, que supieron crear alianzas y avanzar en una causa común en beneficio de las mexicanas. Lo que dejan ver tanto Ramos como Ivonne Melgar, en su recuento del autoproclamado feminismo de las funcionarias pro-4T, es un contraste desolador entre la capacidad de escucha y hasta de sentido político de mujeres con poder en administraciones anteriores, y el silencio cómplice o la mera sumisión de actuales funcionarias ante su líder, al que sólo algunas cuestionan en situaciones límite.

Un caso paradigmático del daño que se ha hecho a las mujeres y a las infancias en estos tres años es el recorte a las estancias infantiles en nombre de la lucha contra la corrupción que, como bien explica Nayeli Roldán, no se ha demostrado: las fallas señaladas por el DIF en modo alguno justifican dejar sin lugares seguros y educación temprana a niñas y niños, sin alternativas a trabajadoras precarizadas, sin trabajo a miles de personas que en ellas se ocupaban.

Demoler lo existente no es la única falla de este gobierno. Ahondar en el hoyo negro de la in-justicia por desidia, omisión o colusión, es otra grieta en la convivencia social, cuyas terribles consecuencias narra Valeria Durán a través de dos feminicidios. Más allá de la crueldad social, los casos de Fátima y Karla denuncian una vez más la falta de capacitación, recursos y humanidad de un sistema de justicia podrido que obliga a las familias a desgastarse en investigar, aportar pruebas y presionar para que los crímenes no queden impunes. Si bien esta actitud es admirable, indigna que la ciudadanía tenga que hacer el trabajo que le corresponde al Estado.

En este contexto de agravios acumulados y resistencias heroicas, el análisis de las recientes movilizaciones feministas de Laura Castellanos, especialista en movimientos subversivos y violencia, aporta una luz indispensable para entender la rabia de las jóvenes que han tomado las calles y han sido estigmatizadas como “violentas” por autoridades intolerantes. La acción directa, explica Castellanos, es resultado de la violencia estatal, responde al cierre de vías alternas para el cambio. De ahí la importancia de entender, dialogar y buscar soluciones.

En una época marcada por la polarización, el tono mesurado y la disposición a la escucha de las autoras, invitan a la reflexión y al diálogo de cara al futuro. Aunque a ratos indigne y a ratos lleve al desasosiego, éste es un libro necesario y agradecible.