China, el primer país en registrar casos de Covid-19, la enfermedad producida por el coronavirus SARS-CoV-2, sale en esta mitad de semana de un nuevo confinamiento, específicamente la ciudad de Shanghai, una muestra de que a pesar del cansancio mundial la pandemia no ha terminado.
A escala mundial ese padecimiento va a la baja, con la importante acotación de que su gravedad de ninguna manera es como la que se registró en los primeros meses de 2020, cuando tras surgir en China se extendió a otros países asiáticos y de ahí a Europa y América Latina.
La baja en número de contagios y gravedad se atribuye, sin lugar a dudas, a las vacunas, donde ninguna es mejor que otras, pero sí hay una peor: la que no se aplica.
En ese rubro de aplicación de vacunas China registra una de las más amplias coberturas a nivel mundial: 90 por ciento de su población tiene protección, entonces ¿por qué sigue habiendo confinamientos severos como del que ahora sale Shanghai, es decir, por qué no termina la pandemia?
El país asiático tiene la política de «Cero Covid», que como su nombre lo señala, marca una ambiciosa meta difícil de lograr a nivel de un solo país. Ni siquiera lo ha logrado Corea del Norte, que semanas después de la aparición de los contagios por el nuevo coronavirus, amplió el grado de clausura que de por sí ya existía, pero finalmente sucumbió, según los informes llegados en mayo.
Esa ambiciosa meta de «Cero Covid» ha permitido que el país asiático muestre cifras muy positivas: de su población de poco más de mil 400 millones de personas (en contraste México tiene alrededor del 10 por ciento de esa cifra, con poco menos de 130 millones de personas) solo han muerto a causa del coronavirus 14 mil 600 personas, del total de 2.4 millones de personas infectadas, mientras que a nivel mundial suman a fines de mayo poco más de 6.3 millones de decesos.
Dejando de lado los problemas de cuantificación a escala mundial que ha traído esta pandemia, así como las dudas por la veracidad de las cifras oficiales, se trata de números que hablan de un éxito del gobierno chino en defender a su población, y que encuentran en el confinamiento y la aplicación de vacunas sus armas fundamentales.
Ambas armas se asientan en la combinación de disciplina de la población y mano firme gubernamental, lo que ha permitido ordenar los confinamientos y que estos se respeten, aunque abarquen cierre de ciudades y regiones enteras.
Al principio de la pandemia, en 2020, en la provincia de Hubei, donde se asienta Wuhan, epicentro de la pandemia, el confinamiento alcanzó a 50 millones de personas.
Otras ciudades y regiones han vivido medidas similares, la más reciente el confinamiento de Shanghai, uno de los centros financieros de China y de escala mundial, que en total encerró en sus casas a alrededor de 25 millones de personas.
Una de las acciones puestas en operación en esa ciudad fue que parte de los trabajadores de las armadoras Tesla y Volkswagen, trabajaran confinados en las propias factorías, lo que evitó el cierre total de la producción, pero también la circulación de esos operarios de las factorías a sus casas, lo que evitó contagios.
Asia, según la óptica que se asuma, es vista como una región del mundo que vive con gobiernos autoritarios. Y si bien esto parece ser cierto, no menos lo es que ese presunto autoritarismo se asienta la disciplina de la sociedad. En esta pandemia ese binomio ha sido complementado con la aplicación de vacunas (90 por ciento de la población china, señalamos ya), y bien haría el resto del mundo en imitar no el autoritarismo gubernamental, pero sí la disciplina social, que no está reñida ni con la libertad ni con la democracia, y menos cuando la vida está en juego.
j_esqueda8@hotmail.com