Mónica Teresa Müller
Desde la ventana del hotel, Wally disfrutaba de un mar aturquesado. No quería gastar el tiempo de vacaciones en conflictos no resueltos, todo lo contrario, deseaba darles un final.
La tensión provocada por su primer viaje en avión, continuaba; trató de relajarse, fijó la mirada en los óleos colgados y se sentó.
El timbre colocado al costado de la cama era su meta, un objetivo harto maquinado desde que había visto la propaganda del viaje. Oyó que lo llamaban al celular.
— Sí ¿Mamá?- preguntó molesto.
Era la mujer que lo había traído al mundo, lo había castrado en sus intentos de independencia y espantado a cuánta mujer lo mirara.
— ¡Hijo querido!- el tono chillón lo aturdió- me preocupa que estés tan lejos, solito.
— Mamá, han pasado apenas veinte horas que no me ves.- Wally recalcó cada palabra.
— Tesoro, me preocupa que estés solo, tan lejos.
— Vieja, estoy bien, no te preocupes, yo llamaré.
— Cumplí, porque te molestaré a cada rato- Y cortó
Wally quería disfrutar, pero casi siempre algo enturbiaba ese deseo, si no era su madre, era el jefe de la oficina. El miedo al fracaso era recurrente. El anuncio: “Playa, sol y sexo para vivir el verano”, lo había tentado y resolvió probar.
Decidió bañarse. El relax de la ducha podría aclarar los pensamientos. El agua tibia le acarició el cuerpo y sintió placer al rozarle el miembro, pero contuvo el goce. Ni el psicólogo había manejado sus trabas sexuales, sin duda la madre influía en todo. “No te toques que es pecado”, “Desconfía de las mujeres”.
La meta era una. El timbre rojo tenía una atracción especial. Agarró la bata, ajustó el cinto, se acercó al timbre y pulsó. “Cuarenta años de pelotudo”, se dijo. Imaginó que cuando regresara, ante una broma del jefe de mierda lo estamparía contra la pared.
Wally se paró. “Nene, cuídate del sol”. Otra vez la voz. Movió la cabeza y regresó hasta el borde de la cama.
Cuando golpearon y dijo, casi en un suspiro: “adelante”, no se dio cuenta de que se había abierto la puerta. Oyó el chancleteo de su madre. Bajó los párpados. “Comportate m´hijito.” ¡Era su voz!
— Aquí estoy, corazón- dijo ella.
Las voces se mezclaron. Había planeado delirar y llegar al éxtasis con una mujer. Las manos de ella, avanzaban.
— ¿Qué pasa, bombón?- le susurró
Se atrevió a mirar. Su madre no estaba. Respiró con fuerza, inspiró y expiró, descartó voces. Tenía que poder. El vestido de ella parecía sonreír desde la butaca. Su cuerpo serpenteaba sobre el de Wally. No importaban las hojas de las ventanas abiertas ni los ojos chismosos que pudieran registrar la escena. El disfrute sexual se avecinaba sin tapujos. La meta estaba cerca.
Luego de unos minutos en los que todo parecía seguir el camino correcto, con palabras entrecortadas e inmersas en una desesperación irreprimible, Wally balbuceó:
—Señorita…pasa que…
— Sí, amor…
— Solo llamé… para…para pedir el desayuno.