Mónica Teresa Müller
Siempre me molestó el departamento del fondo y, a no ser demolición mediante, solución imposible, nada modificará mi descontento.
Además de vivir solo ansío la tranquilidad, pero es un deseo inaccesible. La culpa de todo lo que me pasa la tiene Mumi, la vecina del fondo que rompe mis esquemas e impone horarios, sus horarios. Además tiene un gato que mea mis plantas.
Su vida nocturna me crispa. Llega a las ocho de la mañana y duerme hasta las seis de la tarde, entonces cuando pongo el pie en casa al regresar de la oficina, comienza el calvario. Su equipo de música practica el despegue. Salgo al patio y la puteo, pero nada cambia.
Cerca de las siete de la tarde me dispongo a dormitar. Casi siempre, diez minutos después, a mi vecina se le ocurre salir de compras, los pasos retumban en el pasillo que comunica su departamento con la calle. El caso es que la ventana de mi dormitorio está en ese pasillo. Y la morocha, que con seguridad escuchó las puteadas de la tarde, golpea con el manojo de llaves la reja de la ventana. Salto de la cama y me apuro para abrir la puerta de entrada, pero no llego a tiempo.
Pretendo vivir tranquilo luego del divorcio. He tenido bastante con Loli, mi ex, que fingía ser amorosa y para adularme me decía “Torito mío”. Yo, iluso, pensaba que era por lo viril, me equivoqué. Mi vecina es lo opuesto de Loli, me juego.
Poco a poco, ha logrado intrigarme. Es posible que la soledad que elegí como compañía, me lleve por los caminos de la curiosidad. Mumi se ubicó en mis sueños, su figura está presente cómo una obsesión.
Los días pasan, la morocha golpea aún las rejas con las llaves y yo espero junto a la puerta principal para lograr el encuentro y no le digo nada. Sólo la miro caminar de espalda, disfruto de los movimientos de sus caderas insinuantes y sus nalgas firmes. Noto que desde hace un tiempo, por las mañanas, busca que nos encontremos de frente. Las miradas y el saludo cambiaron de rumbo, al pasar a mi lado, mi vecina parpadea y con una mueca me deja el sabor de un beso.
Me levanto y mientras me ducho le hablo en voz alta a una Mumi invisible capaz de enloquecer a un sujeto como yo.
Los días pasan y el deseo de pararla y confesarle qué me sucede, se acrecienta. Mi soledad necesita de otra soledad que le haga compañía.
Mi meta es enfrentar la situación que me altera. Ni cuando descubrí a mi ex acostada con mi viejo sentí tanta alteración. Mi vecina no es como Loli, tengo ese presentimiento.
Decido enfrentar la situación. Salgo más temprano, camino por la cuadra y pienso que ella será: mi morocha.
Al llegar a la esquina del almacén oigo voces, paro, se acercan, dan vuelta la ochava; entonces aparecen las figuras dueñas de ellas. Contemplo azorado que la chica del kiosco abraza, acaricia y besa a Mumi.