Por Carlos R. Muñoz Moreno
El ser humano, como lo había expuesto cuando iniciamos este espacio, busca darle sentido a su existencia y explicar lo que le rodea, y al mismo tiempo la muerte se ha convertido en la gran incógnita con la que vivimos día a día, al temer que con ella sólo siga la nada, o que exista la posibilidad de una trascendencia, más allá de la muerte.
De allí que buscar en la naturaleza fuerzas que manifiesten un poder capaz de manipularla y que expliquen la existencia de divinidades ha sido una constante desde que el ser humano alcanzó la capacidad de raciocinio, la reflexión y el pensamiento.
¿Existe Dios? ¿Existe un poder sobrenatural que da impulso, forma y destino a toda la naturaleza que nos rodea? ¿Existe un poder que rija el universo?
La filosofía ha buscado también esas respuestas, por eso de ella emanan tanto la llamada filosofía de la religión, que busca entender a ese conjunto de creencias organizadas como el judaísmo, el cristianismo, el islam, en hinduismo, el taoísmo, el budismo, entre otras, así como la teología, que no es sino el estudio sistematizado de la divinidad.
Desde la antigua Grecia múltiples pensadores buscaban ese eje rector que daba sentido a la existencia humana, pero es hasta el pensamiento de Aristóteles cuando empezamos a ver una verdadera tarea para entender y explicar el fenómeno de Dios.
Para Aristóteles existe un poder superior y trascendente, que está más allá de la naturaleza y que dio origen a todo lo que nos rodea, al universo mismo, y él lo vio de una manera distinta al de las religiones; para Aristóteles Dios es como un gran relojero porque creó el universo, todo lo que está contenido en el mismo, le puso orden, le dio sentido y, como el relojero, una vez terminada su creación la abandonó. Así que en la visión de Aristóteles no existe providencia, ni un Dios que esté pendiente de su creación, que lo cuide, que lo mantenga o que pueda romper las mismas reglas que ha aplicado a su creación para alterarla, es decir no existen milagros.
¿Cómo demuestra el filósofo la existencia de Dios? Con las llamadas CINCO VÍAS
LA MOVILIDAD: en el universo todo se mueve, nada es estático, pero todo ser es siempre movido por otro, así que de origen debe haber algo, un Motor universal que mueve todo sin ser movido por alguien más, ese ser es Dios.
LA CAUSALIDAD, que es similar a la primera, porque todo cuanto ocurre, ocurre a causa de algo más. Todo lo que pasa en el universo tiene una causa, un nacimiento, una muerte, una invención, un accidente. Sin embargo, eso nos dice que debe haber algo, alguien que lo ha causado todo sin ser causado por nada y por nadie, esa Causa Incausada es aquello que llamamos Dios.
LA CONTINGENCIA, que significa que todo es temporal, todo tiene un ciclo que inicia y termina, lo que nace muere, lo que existe deja de hacerlo, por lo cual, el universo necesita un principio eterno que dé sentido y orden a todo, algo atemporal, sin principio y fin que establece estos ciclos universales. Ese rector de todo, que está más allá de la temporalidad es aquello a quien llamamos Dios.
LOS GRADOS DE PERFECCIÓN. En el mundo, en el universo, vemos ciertos grados de perfección, descubrimos en la belleza, en la bondad, en la existencia misma del universo signos que nos asombran, seres, equilibrios que están presentes en todo lo que vemos, pero estos nunca alcanzan la plenitud de la perfección, por lo cual toda esa belleza, bondad, exactitud, equilibrio, etcétera, emana de un ser que es la perfección total en sí mismo, y ese ser aquel a quien llamamos Dios.
LA FINALIDAD. Que es la razón de la existencia; los animales tienen instintos y actúan en consecuencia, las plantas, los microrganismos, también tienen una función, como el ciclo de la vida, todo existe para algo, como la fuerza de gravedad en el universo, el calor, el frío, el ciclo climático, entre muchísimas cosas más. Ese orden universal no es casual, por lo que una fuerza superior, un ordenador supremo que da sentido a todo es aquello a quien llamamos Dios.
Otros filósofos como Platón, que reflexionan por otros derroteros, no creen necesario demostrar la existencia de Dios, porque es algo que se da por sentado, a Dios no se le demuestra, dirá después San Agustín, se le intuye –de nuevo ese concepto latino que significa “mirar dentro de sí mismo”— pues la idea y la búsqueda del Ser Supremo es implícito en la conciencia humana, en la historia humana, en la existencia humana.
Después, el propio Agustín de Hipona, filósofo y teólogo, tenido como Padre de la Iglesia (por su doctrina y sabiduría) relataba en sus Confesiones, aquella anécdota donde dice que mientras caminaba a la orilla del mar, vio como un niño que había cavado un agujero iba y venía llevando agua entre sus manos para ponerla en el agujero. Cuando San Agustín le preguntó qué hacía, el niño respondió que quería meter el mar en la cavidad que había hecho.
Agustín le respondió que era imposible meter la inmensidad del mar en ese pequeño hoyo, a lo que el niño contestó: “del mismo modo, es imposible contener la inmensidad de Dios en la cabeza del hombre”.
Así que el idealismo platónico y agustino nos invitan, un tanto como el existencialismo cristiano del que hablábamos la semana pasada, a descubrir a Dios en la existencia propia, mirando dentro de nuestra alma, de nuestro pensamiento y, de una manera más cercana al cristianismo, en la alteridad, es decir en el otro, también con un matiz hegeliano (Hegel y el Círculo Dialéctico) en el que todo el universo es un emanación de la divinidad que viene a la existencia material para conocerse y hacerse pleno, para volver a Dios.
Y podríamos hablar del concepto de Dios en otras culturas y religiones, de la Trimurti, la trinidad divina de los hindús, o la dualidad de Ometéotl, en Mesoamérica, y la Trinidad del Cristianismo, entre muchas otras.
También del impulso primigenio del universo que Pierre Teilhard de Chardin llama “previda”, o la frase de Stephen Hawking diciendo que cuando conozcamos las leyes universales de lo muy muy grande y lo muy muy pequeño entenderemos la mente de Dios… Pero eso será en otra entrega.
Que sea una gran Semana Santa.
Un abrazo a la cuatitud