La democracia en el mundo se encuentra en retirada. América Latina no es la excepción, por contrario, es un ejemplo. Y debe entenderse que ningún país de aquellos que encabezan los índices de desarrollo, con mejores niveles de vida, vive el retroceso de su democracia.
Hoy, casi a mediados de 2023, tenemos ejemplos claros de ese retroceso de la democracia en nuestra región. Es posible que el más grave sea Nicaragua.
En los pasados cinco años, el régimen del excomandante sandinista y actual presidente Daniel Ortega ha decreto que tres mil 500 organizaciones de la sociedad civil son ilegales. Se incluyen agrupaciones de profesionistas, mujeres, ganaderos y agricultores, pero también de religiosos y hasta la Real Academia Española de la Lengua.
Sin embargo, rompió los marcos de la incredulidad el último 10 de mayo, el cierre obligatorio de la Cruz Roja, cuyas funciones fueron absorbidas por el ministerio de Salud.
El grave delito que llevó a la clausura de la institución que opera en los peores conflictos armados, e incluso tiene su filial islámica (la Media Luna Roja), fue haber atendido a manifestantes heridos en las protestas de 2018, las cuales significaron el endurecimiento del por sí ya autoritario régimen de Ortega.
El gobierno que surgió del Movimiento Sandinista de Liberación Nacional -que en su momento despertó esperanzas para la construcción de una nueva vía para mejores condiciones de vida y de convivencia en Nicaragua tras la dictadura de Anastasio Somoza- prohibió la atención en hospitales gubernamentales de quienes hubieran sido heridos en las protestas.
Solo ayudó la Cruz Roja, cuyas acciones son bienvenidas y respetadas en todo el mundo y en los peores conflictos. Cinco años después esas acciones han sido consideradas por el gobierno de Ortega como violaciones a los estatutos de la institución, motivo por el cual ordenó su cierre.
Entre 2018 y 2020 el país centroamericano sufrió baja en su crecimiento económico por la crisis política que inició en 2018, por la pandemia de Covid-19 pese a que Ortega no aplicó cierres como otras naciones sí lo hicieron en defensa de su población, y el paso de dos huracanes particularmente fuertes.
Pero se repite la tendencia que ocurren en otros países de la región: si la situación económica es aceptable, no pasa nada aunque las condiciones políticas se vuelvan asfixiantes.
Y como también sucede en otros países de la región, si el país no se hunde se debe a las remesas, al dinero que viene del extranjero y que es el fruto de los nicaragüenses que dejan su país y se van a trabajar fuera, especialmente a Estados Unidos.
Datos del Banco Central de Nicaragua señalan que a diciembre de 2022 la suma de las remesas de todo ese año fue de tres mil 224.9 millones de dólares, 50.2 por ciento por arriba de las correspondientes a 2021, cuando se recibieron dos mil 146.9 millones de dólares.
La institución precisa que del total de remesas de 2022, tres cuartas partes, en concreto 76.6 por ciento, llegaron desde Estados Unidos, con un lejano 8.6 por ciento de la vecina Costa Rica, y casi lo mismo, 8.4 por ciento, de España, al otro lado del Atlántico.
Y un dato interesante: los recursos enviados por los nicaragüenses en Estados Unidos, prácticamente se duplicaron, pues crecieron 96.6 por ciento en relación a 2021.
El mensaje parece claro: si tu gobierno no te atiende, no importa, te vas a otro país -casi siempre Estados Unidos- donde como sea encuentras trabajo, dinero y lo mandas a tu país.
La democracia, sea cual sea la definición que se tenga de ella, no parece ser importante, porque más importante es el vivir diario.
Y al menos tres consecuencias más se encuentran: los gobiernos de los países de donde salen los migrantes, no van a hacer algo para detener esa emigración porque carecen de medidas inmediatas para mejorar la situación y más aún de políticas de largo plazo que transformen la situación. La gente come a diario y no va a esperar. Además, a los gobiernos les conviene que siga la situación, hay menos opositores y los grupos en el poder pueden seguir haciendo lo que quieran.
Luego, que la entrada, legal o ilegal de emigrantes a Estados Unidos, no se va a detener por más medidas que tome Washington.
Y tercero, que las comunidades de migrantes en el país del norte van a seguir creciendo, con la mantención del viejo y conocido “efecto llamada”, es decir, que padres, tíos, hermanos, esposos, o esposas ya instalados, van a ayudar a otros familiares y esas comunidades se ampliarán, y seguirán recibiendo parientes, aunque la situación en sus países mejore.
Un juego de gana-gana para dictadores como Ortega, donde solo pierde la democracia, pero eso, eso no importa.
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