Por: Mónica Teresa Müller

 

Sabés Rulito, me produce alegría ingresar a las redes sociales y saber que la persona indicada, con seguridad, va a leer lo que escribo. Ahora te toca a vos, querido. Me apena sacar los trapitos al sol, pero viste, cuando uno menos se lo imagina los engranajes comienzan a hacer ruido y zas, no funcionan como deberían.

Seguro recordás aquél sábado en el que me invitaste a salir, cuando mi ex futuro maridito me dijo que se reuniría con sus compañeros de la facultad. Nos encontramos como dos casi primos, dos personas que congeniaron desde que se conocieron.

Adoré ir al Café Tortoni, el más antiguo de la Ciudad de Buenos Aires y te miré de otra manera. Ignoro si influyeron sus mesas con tapa de mármol con la presencia etérea de los imborrables: Borges, García Lorca y Cortázar o quizá alguna melodía que traspasaba el bullicio y sonaba como eterna habitante del lugar de los que fueron sus visitantes, Arthur Rubinstein y Carlos Gardel. Sí, aunque te sorprenda, me sentí como si fuera un tul sentada junto a la mesa de uno de los Cafés Notables de Buenos Aires. Me reservé mi sentir de la primera cita porque no quise que te creyeras un Eros. Caminar por la Avenida de Mayo fue estupendo, eso te lo dije.

Luego de tres sábados, recuerdo que tu brazo sobre mis hombros fue un deseo cumplido. No pensé en tu primo, el crápula, en aquél momento yo ignoraba que me engañaba y dejé que me acariciaras sin restricciones. La vida es un cúmulo de sorpresas y multiplicadas cuando no aceitas los engranajes, sabélo; esa noche nos sonaron a los dos…y fuerte, por lo que recuerdo.

Rulo querido, en aquél tiempo me juzgué como una pecadora, ignoraba que tu primo me había abandonado sin previo aviso, a traición. En el mismo instante, el redoblante de nuestras conciencias parecía ocultar los sonidos dolorosos de la verdad: ambos teníamos pareja.

Cuando me enteré en la oficina del engaño del crápula, te aseguro que me dolió, porque había aceptado que vos, Rulo, no le mentirías más a tu novia. Reconozco que los engranajes aceitados también hicieron ruido porque no eran los correctos. Sin darnos cuenta, nosotros habíamos modificado el giro de la rueda de la vida y, por lo tanto, había que hacerle modificaciones. Era importante que nos diéramos cuenta. Recordé una frase de Séneca: “No hay viento favorable para el que no sabe adónde va”. Sí, Rulo, habíamos aceitado los engranajes, pero de una rueda equivocada y no sabíamos qué camino andar aún con viento a favor.

Cuando confirmé que tu primo me engañaba y que se casaría con otra mujer, respiré. La brisa limpió el camino al oírte decir que habías terminado el noviazgo. La rueda, poco a poco, giró para el lado correcto y los engranajes silenciaron sus movimientos. ¿Te acordás? Cuando me dijiste: “Te amo”, sentí que la energía superaba dificultades y que el viento se tornaba favorable. Ningún sonido que no fueran los latidos del principal engranaje de nuestras vidas, tuvo lugar. Seguro que guardarás imborrable, que mi : “Te amo”, lo susurré en el espacio notable del Tortoni y fuimos uno.