Por Mónica Teresa Müller
Mañana de domingo. Cuando despertó la llovizna calmaba las penurias de las flores del jardín luego de días de extremo calor. La cabeza le pesaba como un adoquín y el cuerpo se negaba a cumplir órdenes del desconcertado cerebro.
Pensó en salir a desayunar, pero no quería ir sola. Llamó a María Helena y combinaron encontrarse en media hora en el café de la esquina.
Se detuvo en medio de la habitación y se dio cuenta de que compartía el departamento con el silencio. Nadie más. Fue en busca de una ducha que pusiera un poco de orden en la cabeza, se vistió y fue al encuentro de su amiga.
Al llegar al café, Mercedes ubicó a la hermana del alma, como la llamaba. Se acercó a la mesa y la saludó con el abrazo acostumbrado.
Nada mejor que un café con leche y dos medias lunas para presentar batalla a las recomendaciones del gerontólogo: ”Nada de grasas y poco café”, le había aconsejado. Sonrió con picardía por sus pensamientos y continuó la charla con María Helena. “El jueves sigo las clases de Tai-Chi”, comentó mientras su mirada giraba hacia los dos hombres que se sentaban en la mesa contigua. No supo la causa, pero no pudo dejar de mirar al que se veía mayor. Casi muere cuando él la descubrió. Su sorpresa se acrecentó cuando ellos en un tris y luego de murmurar, se levantaron y sin esperar autorización, giraron sus sillas decididos a compartir la mesa con ellas.
–Perdón chicas, pero un domingo es el día indicado para hacer nuevas amistades porque es el día de reposo. Así había emitido un edicto el emperador romano Constantino el Grande declarando que el domingo tenía que ser el día de descanso. En la Biblia dice que Dios bendijo el séptimo día y lo declaró día sagrado porque en ese día descansó de todo su trabajo de creación.
Las mujeres no supieron qué responder ante tal discurso de presentación y optaron por contestar con una sonrisa de agradecimiento. Al desayuno siguió un almuerzo en una parrilla del barrio de Flores y concluyó con un regreso en el que los egos de ambas se fortalecieron por las adulaciones de los hombres
A partir de ese domingo del encuentro, Mercedes y María Helena solían pasar los fines de semana en las casas de los nuevos amigos, momentos en los que disfrutaban de sabrosas comidas preparadas por ellas; eran encuentros en los que, los cuatro, compartían momentos de sus vidas.
Al tiempo de conocer los nuevos amigos, María Helena confesó:
–No entiendo qué me pasa, Merce.
–¿Cómo qué te pasa, en qué sentido?
— Creo que por lo que siento, me enamoré.
— ¡Bravo, amiga! Es lo más lindo que escucho de vos en años, ¿y tuvieron acercamiento?
— ¿Qué…? Además, si así fuera, a vos no te lo contaría porque ya saldrías con tus consejos macabros y a publicarlo.
— Con tu contestación me doy cuenta que sí. ¡Te felicito, amiga!
— Ya fue, olvidate lo que te dije. Merce, cambiando de tema, se acerca la fecha de tu cumple y los noventa hay que festejarlos con todo. ¿Tenés pensado hacer algo especial?
— Bien, ya que vos que sos de mi entera confianza me lo preguntás, te voy a decir lo que quiero. Como luego que te lo diga no voy a estar dispuesta a contestar, nada, te aclaro con anticipación. Cuando uno pide algo específico es porque sabe perfectamente que eso que pide de regalo es lo que comprobó que necesita ¿entendido?
María Helena estaba muda. Las explicaciones de su amiga-hermana, la intrigaron. Al interrogante, contestó con un movimiento de cabeza afirmativo. Nadie era capaz de interferir para aconsejarle algo porque su mirada era como un puñal.
–Anotá que lo que quiero es: un lubricante femenino estimulante. La marca te la paso después.
Aquí cabe decir que Arjona tiene algo de razón, pero debería modificar la letra de su famosa canción, por: “Señora de las nueve décadas, los noventa le sientan bien…”