Por: Mónica Teresa Müller

 

La primera vez que lo vi no imaginé cuánto lo adoraría. Dicen que hay amores que matan, éste no me mataría, pero me dejaría herida.

Lo primero que me impactó fue su postura. Me pareció estar observando una escultura de piedra del Parque Vigeland de Oslo, en el que la magia del artista logra que se pueda disfrutar, a pesar del estatismo, el gesto de la cara.

Así estaba León, parecía de roca, pero con la sangre que bullía en el cuerpo. El éxtasis se apoderó de mí y el tiempo se esfumó sin que me diera cuenta.
Esto escribí hace un año atrás cuando mi amiga me preguntaba qué me sucedía y me había aconsejado:”Dejá de fabular”

Él es, sin duda alguna, un personaje adorable. Desde que lo conocí, pensé lo mismo. Me parece que estoy junto a él o quizá sea el deseo de verlo, sentado sobre la hierba en la ondulación del terreno. Tiene ante su vista la belleza del amanecer. Pareciera que es el dueño de la inmensidad. A lo lejos, las montañas de verde amarillento reciben las caricias templadas de otro día soleado.

Me cuenta Karina que estuvieron en el lugar desde las cinco y media de la mañana; observaban a una mamá venado con su cría, a la que ocultó entre los pastos altos. Permanecieron durante más de una hora sin que mi adorado se acercara. Cuando la hembra se levantó y caminó por los alrededores, los siguieron mirando sin molestar o inquietarlos, pero desde otro lugar.

No me sorprende que León, con lo investigador que es, se siente a observar tranquilo sin moverse o hacer ruido alguno. Solo se escuchan los pájaros que empiezan a cantar mientras sube el sol. Actúa así porque Aalen es su lugar en el mundo. Los bosques surten un efecto especial a sus pobladores más cercanos y él queda incluido.

Todo perfecto, pero hoy sufrí una gran desilusión. León intuye que es mi adorado, pero yo no soy la suya, bueno, además de Karina y sus hijas, por supuesto. Hasta ahí estaba permitido. Esta mañana fue descubierto. La sinceridad pecó de cruel y la verdad le asestó un castigo a mi ilusión. Ser su adorada número cuatro, me había conformado y aceptaba tranquila ese lugar, pero Karo hoy me contó que hechizó a otras personas. Cuando llegan a Aalen, no pueden dejar de ver a mi hechicero, sí, no cabe duda que tiene ese poder.

Es penoso no poder preguntarle frente a frente qué se trae entre manos. No quiero pensar que pudiera estar practicando la forma de hacerme a un lado; trato de comprender que sería posible que la lejanía apagara el fuego de los hechizos. Veo su foto y me impacta. Es un galán que corta todas las reglas. Su silencio frente a la lindura del paisaje me da la pauta de que también maneja en su interior la admiración por la naturaleza. Se muestra conmovido, pero respetuoso de lo que sucede a su alrededor; escucha el canto de los pájaros y los sigue con la mirada.

No puedo negar que me ha cautivado y es posible que su presencia haya fascinado a otros en la cercanía. Por eso lo he disculpado.

En fin, voy a enviarle un audio a Karina para que León lo escuche. Espero volver a ocupar el cuarto lugar en su lista de hechizados. Creo que así va a suceder porque Karina no está equivocada cuando habla de León: “Los perros ven otra cosa. Cuando les das tu corazón, te convertís en su Dios y te darán su corazón, su amor infinito, puro e incondicional, para siempre”