Griselda Lira “La Tirana”

Virginia Lomelí se paseaba por el rancho como la gallina que se contonea orgullosa porque sabe que tiene todo el poder, así convino a mis intereses mientras su padre la heredaba, pero todo tiene un límite. Ella era muy joven cuando nos casamos, no entendía que las cosas a veces no podían ser como su voluntad las quería.
La puse a prueba y me fui para Chihuahua a traer más ganado. No le importó, estaba acostumbrada a la soledad prolongada porque sus padres siempre la dejaron a cargo de las sirvientas para viajar al extranjero.
En el periodo de mi ausencia, ella se dedicó a bordar, aprendió a cocinar y a arriar el ganado. A mi regreso, Vicky me dejó perplejo, había embarnecido y se veía más guapa. Me recibió con gran aprecio y me hizo un regalo, un almohadón para mi sillón de descanso.
El mes siguiente, la volví a poner a prueba; esta vez, hice una fiesta y le pagué a un mozo para que la sedujera, fue todo un fracaso, la Vicky lo agarró a golpes con la cuarta de su caballo. El pobre hombre llegó lastimado a mi oficina y me dijo,
-Don Pascual, esa mujer está loca.
Me sentí orgulloso por la conducta de mi esposa y entonces, bajé la guardia. Fui a caer a sus brazos como un niño porque traía una herida profunda en el alma, la traición de mis hermanos. Eso alimentó mi rencor y mis ganas de que alguien pagara todo el dolor que consumía mi vida; yo no sabía amar.
Virginia era perspicaz, no se le escapaba una sola jugada, disimulaba muy bien sus planes y me fue envolviendo en su red poco a poco; hasta que logró enamorarme profundamente y la comencé a mimar; le regalaba joyas, le llevaba serenata, le obsequié un caballo pura sangre, pero Vicky se mantenía alerta.
Una tarde, mientras estaba vacunando al ganado con el veterinario, la vi pasar corriendo hacia el río, su actitud se me hizo muy extraña y la seguí con la mirada.
¿Qué se trae ésta entre manos?
Agarré el caballo y la alcancé, me escondí entre los árboles para espiarla. La vi alimentando a unos tlacuaches. Me apené por celoso y me regresé al rancho.
¿Qué te pasa viejo ladino? Tú no eres así de inseguro.
Una semana después, volvió a hacer lo mismo, pero no la seguí, me quedé quieto en el establo; sin embargo, pensativo.
¿Será que me está engañando? ¿Será que ya no me quiere?, y entre mis cuestionamientos me encaminé a la casa. Cuando entré ya estaba esperándome con una cena romántica.
Me sentí tan mal que no pude dormir. Me levanté temprano y fui a comprarle un regalo. Al llegar a la florería, me topé con mi hermano Joaquín. Intentó saludarme, pero lo ignoré.
-¡Pascual!
Gritó sin que yo le contestara y volvieron a mi mente los momentos en que mis hermanos unidos habían planeado mi muerte en la feria del pueblo. Evité pensar más en ello y me dirigí a la casa para entregarle el regalo a Vicky.
Entré a nuestra alcoba y ella, no estaba. Se había ido dejándome una nota que decía.
-Mi padre ha muerto, lo mataron tus hermanos.
Busqué la pistola, ya era suficiente, me habían hecho mucho daño desde la infancia, de pequeño no sabía defenderme y crecí con miedo a su violencia, a sus amenazas y a sus provocaciones. Mi madre siempre los protegía porque decía que, sin ellos, ella se quedaría sin protección económica.
No encontré mi arma, Vicky se la había llevado.
Me fui en el todoterreno para poder alcanzarla porque salió montando al caballo más veloz, ese que ocupábamos para las carreras y que había ganado las apuestas en Tampico. No lo logré, cuando llegué, ya estaba la calle atiborrada de gente y un charco de sangre. Salió mi hermano mayor gritando.
-Ve lo que ha hecho tu mujer Pascual, ve los alcances de tu rencor. Mi hijo está muerto por tu culpa, ahora sí podrás estar contento por tu venganza, ahora sí podrás también gozar la herencia de tu suegro.
Vicky volteó verme con una mirada de fuego y desde el caballo apuntó el arma hacia mí.
-Fuiste tú el que planeó todo esto Pascual, casarte conmigo para quedarte con el dinero de mi padre. Qué infame traidor eres.
-Así es y me arrepiento ahora de que ya te amo.
Vicky comenzó a reír y me dijo,
-Qué viejo tan pendejo e inseguro eres Pascual. Obsérvate, ya te orinaste en los pantalones como un niño. Vámonos, y usted señor Vicente, ya no le mueva al asunto, que cada uno entierre a sus muertos. No debió enseñarle a su hijo a sacar el arma antes de tiempo y subestimar a mujeres, pero creo que eso es un asunto de su familia.
Aprendí a respetar a Vicky, jamás la había visto así, la tenía por una caprichosa, mimada e indefensa; con el tiempo supe que su abuelo la había enseñado a usar las armas tan bien y que de niña había sufrido más que yo.
Me doblegó su amor, su perdón y su valentía.